Sí,
ya sé que esta carta te la estoy escribiendo muy tarde, debí
hacerlo antes, pero qué quieres, anoche soñé contigo
y me desperté en media oscuridad sonriendo. Será porque
te soñé muy real y me dí cuenta que después
de todo, te extraño.
A esa hora me dio por darles vuelta a las líneas que hoy te escribo,
y pensé en decirte tantas cosas, de cómo no sólo
yo, sino muchas y muchos otros estoy seguro te extrañamos, y
de cómo quizá también ellas y ellos te sueñan
y se despiertan sonriendo por haberte visto otra vez con los ojos del
recuerdo.
Tus sonrisas y risas francas, tu siempre presente crítica agria
y tus quejumbres, que querían ser amargas pero nunca pudieron
desifrazar tu espírituo infantil, eterno. Tu cuerpo grande y
gordo, tu respiración pesada y tu mirada elocuente, pero lo que
más recordé de ti anoche en mi sueño fue tu disposición
permanente de ser mi amigo. Por eso habrá sido que desperté
sonriendo, porque uno no encuentra amigos muy seguido y cuando lo hace
hay que darle gracias a esta vida.
Gracias porque te conocí, y gracias porque te recuerdo y sólo
espero que también tú te acuerdes de mí. Gracias
porque mientras viviste me hiciste sentir que te importaban mis problemas
y que disfrutabas mis éxitos. Hoy ya no estás aquí,
y ya no puedo levantar el teléfono y llamarte, o pensar en irte
a visitar un día de éstos, ni puedo preguntarle a nadie
sobre ti. Durante años supiste que te morías, y nosotros
sin saberlo disfrutamos tu sonrisa, tu compañía, tus invitaciones
a comer y tu amistad, como dándolas por hecho y pensando que
estarías aquí para siempre. Todo este tiempo tú
sabías que te irías, que el SIDA te estaba llevando, y
ahora no puedes ser sólo una víctima más, eres
un amigo mío que hoy ya sólo puedo ver en sueños
y al que le escribo cartas que ya nunca leerás.
O quizá si.
-gracias a Alex Yañez por las fotos