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Egipto
Sé que hay mil
razones que alguien puede tener para ir a Egipto, y seguramente
algunas de ellas pueden parecer tan absurdas como la mía:
el precio del boleto de avión. Navegando en la página
de Malaysia Airlines vine a descubrir la promoción que ponía
el costo del boleto muy cercano a lo que uno paga para ir de la
Ciudad de México a Puerto Vallarta. La diferencia entre la
hermosa Vallarta y Egipto sin embargo, es evidente. No que haya
decidido ir a Egipto solamente por lo barato, eso sería absurdo.
Como que ir a Egipto es algo que muchos tenemos como un sueño:
las escenas de las Pirámides han servido de escenografía
para innumerables películas e historias y son hoy un ícono
si acaso tan importante para el turismo como lo son para la historia
de la humanidad. Fue más bien el darme cuenta que ese destino
estaba al alcance de mi mano lo que me hizo decidir con una anticipación
de apenas dos semanas, que el aparentemente lejano sueño
de viajar a Egipto podía (y debía por lo mismo) realizarlo.
Con un pasaporte próximo
a su fecha de caducidad y con la ayuda de mi familia en México,
una semana entera se me fue en renovar el indispensable documento.
La siguiente semana se me fue como se me van todas las semanas,
como agua, entre los preparativos para pedir días de vacaciones
en el trabajo y hacer las reservaciones del vuelo. 'Y la visa?'
me preguntó mi madre apenas dos días antes de salir.
Llamé a la embajada y me confirmaron lo que en Internet había
oído como un rumor: se puede obtener a la llegada en el aeropuerto.
Internet. El último año este increíble medio
de comunicación ha cambiado mi vida completamente. A través
de internet planeé el viaje alrededor del mundo, a través
de internet contacté diseñadores en los países
que visitaría, a través de internet le avisé
a mi familia que me ofrecían un trabajo en Singapur, y en
estos días a través de internet escucho el radio y
leo los periódicos de la Ciudad de México, y a través
de internet me comunico diariamente con familia, amigos, exnovias
y conocidos. Y ahora, a través de internet me enteraba de
la promoción del vuelo a Egipto y hacía los preparativos.
Después de hacer
escalas en Kuala Lumpur, Dubai y Líbano, finalmente el lunes
16 de noviembre el avión tocaba tierra en el Aeropuerto Internacional
del Cairo, en Egipto. Antes de llegar ya en las 6 horas de vuelo
me había sorprendido viendo a varios pasajeros desabrochar
su cinturón de seguridad y tender una alfombra frente a la
salida de emergencia del Airbus 300. Acto seguido les indundaba
la cara una expresión de sobriedad y cerrando los ojos y
juntando las palmas de las manos procedían con las repetidas
inclinaciones dirigidas a la Mecca, tocando el piso alfombrado del
avión con la frente, repitiendo entre murmullos oraciones
y levantándose una y otra vez. Un tanto desconcertado volteaba
discretamente a presenciar estos actos de religiosidad y comenzó
a surgir en mí un sentimiento muy particular que durante
los siguientes días se convertiría en admiración
por una de las religiones más difundidas y menos comprendidas
en este redondo planeta.
La estación de
autobuses de Chihuahua podría pasar más fácilmente
como 'Aeropuerto Internacional' que el Aeropuerto Internacional
del Cairo. Desde ahí empiezan las incongruencias que como
buen país tercermundista, le dan un tinte surrealista a todas
las cosas en Egipto. El nervio de llegar a un país así
sin visa jugaba en mí una doble posibilidad: o era detenido
y sentenciado a la horca por cometer perjurio, o todo se arreglaría
en 5 minutos como quien no quiere la cosa. Afortunadamente pasó
lo segundo. Antes de las filas de migración hay cinco ventanillas
de bancos y casas de cambio. Tres estaban cerradas y en las otras
dos un letrero que decía "Visa stamps 15 dlls". Después
de los malos modos del cajero entregué un billete de 20 dólares
(el de la buena suerte que siempre traigo en la cartera) y tuve
de regreso un billete de 5 dólares (espero que mi suerte
no sea menor ahora) y dos estampillas que intuí debía
pegar en una hoja de mi nuevo pasaporte. Le extendí así
el documento al oficial y en dos minutos estaba libre: en Egipto
con una mochila al hombro.
"Tome el microbús
número 54" era la recomendación de mi guía
de viaje para ir a Midan Tahrir desde el aeropuerto. Microbus 54,
me repetía yo tratando de memorizar "Midan Tahrir" en caso
de perderme. Todo empezó a parecerme muy sospechoso cuando
en la parada de autobuses (o algo que parecía parada de autobuses)
veía yo llegar esporádicamente algún autobús
o microbus sin ningún número visible. 54? me pregunté.
Después de un rato decidí preguntar al conductor
del siguiente autobús. "Midan Tahrir?" dije yo. "Terminal
one first" me respondió en un idioma que levemente hacía
recordar al inglés. Ante las opciones a la vista, me subí.
Ahí empezó a tomar forma la situación: había
yo llegado a la Terminal 2 y la 'base' de microbuses estaba en la
terminal uno. Ya en el estacionamiento de la terminal uno volví
a preguntar y al principio dos interrogados no supieron darme razón.
"Midan Tahrir?" me contestaban con cara de duda. Por fin el tercero
me respondió "Ah, Midan Taharir! that bus" señalando
un microbús que en ese momento arrancaba. Busqué el
número 54 en lo que corría a abordarlo pero nunca
lo encontré. Y nunca lo encontraría. Hasta que empecé
a ver las placas de los coches y los rótulos en otros autobuses
me empecé a dar cuenta de una tragedia que habría
de superar si quería sobrevivir en Egipto: los números
se escriben diferente en árabe. "Ora si la chingamos!" pensaba
yo mientras recordaba que en China había tenido buena suerte
de que al menos los números se escribieran igual: uno sigue
sin entender nada pero al menos las horas, los trenes, autobuses
y precios se pueden deducir con los números. Aquí
fue donde me empecé a dar cuenta de lo poco que me había
preparado para el viaje y de lo mucho que lo disfrutaría.
"Bienvenido a Egipto!"
Conforme el microbús
número 54 se aproximaba al corazón de Cairo fui introducido
a las características de esta ciudad. A través de
las polvosas ventanas del microbús me empecé a dar
cuenta que no solamente la ventana estaba polvosa, toda la ciudad,
las calles y banquetas, los anuncios, los coches y la gente tenían
un aspecto café. La arena del desierto cubre todo en Cairo
y si hay un color que se vea en toda la ciudad es el café.
La mayor parte de los edificios si tienen alguna pintura en su exterior
es color café y si no el resultado es el mismo: son cafés.
Los letreros de Coca-Cola y los menos frecuentes señalamientos
de tránsito están cubiertos por esta capa de arena.
Cairo es color café, Cairo es sucio por naturaleza, definición
y destino.
Pero además de
esto, en este inicial recorrido pude ver que Cairo como todo en
Egipto, está entrando al templo de la modernidad. Sin embargo
está entrando a pasitos muy pequeños, como quien no
está convencido de entrar. Los coches en las calles, los
semáforos, los edificios, en fin: la primera impresión
que el microbús número 54 me estaba dando era la de
un lugar en los 70's, un lugar como el que era México antes
del GATT, antes de De la Madrid y antes de Salinas. Gasolinerías
con bombas cayéndose de viejas y pisos cubiertos de aceite,
anuncios espectaculares rotulados a mano, en resumen, ese ambiente
pre-moderno que había por todos lados en México y
cuyo cambio le hizo pensar a la mayoría que 'ya la habíamos
hecho' antes de enero de 1994.
Al mismo tiempo mientras
avanzábamos en distancia nos deteníamos en velocidad,
signo evidente de que nos acercábamos peligrosamente al centro
de la metrópoli. Los bocinazos iban también en decidido
aumento hasta que aquello se convirtió en un estacionamiento
gigante lleno de ruidos que le daban un toque festivo al caos. Empecé
a considerar la opción de abandonar el microbús cuando
vi que los peatones avanzaban mucho más rápido que
los autos. Otro factor importante era la situación dentro
del autobús. Al salir del aeropuerto se habrían ocupado
apenas la mitad de los asientos, pero a estas alturas los pasillos
comprimían a varios pasajeros y por las puertas comenzaban
a colgar aquellos que ya no alcanzaban a poner todo su cuerpo dentro
del vehículo. Estando así, luchando por oxígeno
y sorprendido de la rapidez con la que cambia uno de lugar apenas
podía recordar que media hora antes estaba sentado en un
alfombrado avión con pantallita de video y aire acondicionado.
En ese momento y a través de la ventana vi algo que
me maravilló. Ahí del otro lado del paso a desnivel
estaba una estatua enorme de piedra, ahí estaba Ramsés
II presenciando impávido el caos. Parado muy derechito y
ataviado con la indumentaria faraónica Ramsés II esbozaba
una expresión de paz, inmutable ante la situación
que tenía enfrente. Me maravillé por la escena, no
tanto por la belleza de la obra antigua, sino por su convivencia
con el Egipto Moderno. En Egipto solamente una cosa supera la belleza
de las obras de la antiguedad: su presencia cotidiana en la vida
diaria. Con esto decidí abrazar mi mochila y lanzarme al
pasillo del microbús como quien trata de abrirse camino frente
a la defensiva en un partido de rugby o más exactamente como
quien decide de último momento bajarse del Metro en Balderas.
En Midan Ramsés
me envolvía el escándalo de los bocinazos de autobuses
y coches que intenaban abrirse paso entre una horda de peatones
que también intentaban abrirse paso, todo esto sazonado con
algunas carretas jaladas por burros que no sabían que tenían
que abrirse paso, pero eran dirigidos por sus conductores para que
así lo hicieran. Intenté tomarle una fotografía
a dicha escena, con el impávido Ramsés II al fondo,
pero preferí salvar el pellejo y buscar refugio unas calles
adelante, donde el caos disminuía ligeramente y como llamando
a la gente se levantaba el minarete de una mezquita de espléndida
manufactura. Era la primer mezquita de las muchas que por decenas
vi en Cairo, todas magníficas.
Caminé y me perdí
tratando de llegar a Midan Taharir y, como generalmente pasa, después
de muchas vueltas y de muchas instrucciones me pregunté "Para
qué quieres ir a Midan Taharir?" y no encontré respuesta.
Necesitaba un hotel y según la guía de viaje cerca
de Taharir (ahora me daba cuenta que "Midan" quiere decir "Plaza")
había muchos, pero era temprano y mi mochila ligera, así
que decidí disfrutar el recorrido por las calles del Cairo.
Consultando el mapa de mi guía me saludó un tipo de
mediana edad. "Where are you from?" es la primer pregunta. "Oh!
México, nice country" es casi siempre la respuesta a mi respuesta.
Me hizo saber que Taharir estaba a solo unas calles, que él
era de Nubia (hoy el sur de Egipto) y que me invitaba un té.
A falta de té encontramos un puesto improvisado que vendía
refrescos y cada quien se bebió uno. Me dijo que trabajaba
en una agencia de viajes, que lo que se me ofreciera aquí
tenía yo su tarjeta, se despidió y me deseó
suerte. Como estos encuentros tendría muchos durante mi estancia
en Egipto, gente amigable con un tiempo libre para platicar y tomar
un té y dispuestos a ayudar. Pero no había visto nada,
todavía.
Los hoteles baratos en
el centro del Cairo son tan surreales como todo lo demás.
Hay uno especialmente notable que está en el noveno piso
de un edificio decrépito, tan tocado por los años
y las arenas del desierto como todos los demás edificios
de la zona. Estos edificios tienen uno o dos elevadores en el claro
de la escalera central, de aquellos elevadores antiguos en los que
uno tiene que abrir la puerta del piso y luego la del elevador y
son tipo jaula de hierro forjado de modo que uno va viendo el paso
de los pisos mientras sube, todo esto enmedio del chillar de las
cadenas y los cables en un ambiente oscuro, un ambiente de otros
tiempos. El mencionado hotel, como otros muchos, tiene la ocurrencia
de que el elevador sube pero no baja. Es decir, si baja porque sino
cómo subiría de nuevo, pero uno no puede 'llamar'
al elevador sino únicamente desde la planta baja. Si alguien
en cualquier otro piso quiere abordar el elevador debe coincidir
con el momento en que alguien baja en ese piso, haciendo que lo
más común sea bajar los nueve pisos por la escalera.
Este simple hecho hace que la búsqueda de hoteles baratos
se limite a una o dos opiones cuando mucho. No es divertido invertir
toda la tarde subiendo en elevadores de principio de siglo y bajando
420 escalones en cada edificio.
Así fue que antes
de llegar a Midan Taharir pasé por un hotel llamado "Amin"
con la recepción en la planta baja y las habitaciones en
el onceavo piso. Gracias a la propiedad voyeurista de esos elevadores
uno puede atestiguar que en los 10 pisos entre la recepción
y las habitaciones no hay nada más que escombros, ratas y
oscuridad. El precio no es ninguna ganga en un país en el
que una buena comida cuesta 50 ctvs de dólar: 4 dólares
la noche con baño y agua caliente. Por la noche el caos de
las calles se transforma súbitamente en un silencio total
y esa noche dormí como piedra sin pensar mucho en el cambio
de horario, país, cultura, idioma y hasta números.
Sin embargo a las 4 de la mañana mi cualidad de roca vió
su fin con los ruidos que recorren la ciudad completa, provenientes
de los altavoces de las incontables mezquitas.
La tarde anterior había
caminado por esa parte de la ciudad que se conoce como "Islamic
Cairo" y que no es ni más ni menos islámica que el
resto de la ciudad y del país. En la guía afirman
acertadamente que para conocer solamente Islamic Cairo se necesitan
un par de meses. Es un laberinto de calles y callejones algunos
pavimentados, la mayoría no, en el que abundan los cafés
llenos de hombres fumando "shisha", la tradicional y super popular
pipa de agua. También abundan en Islamic Cairo las mezquitas,
sobre todo antiguas, y mercados, tiendas y casas. Caminando por
esas pequeñas calles regresa uno en el tiempo indefinidamente
hasta el punto en que ni los polvosos anuncios de Pepsi son capaces
de convencer que pertenecen al presente. El día de hoy en
cambio, había diseñado el día para recorrer
otra zona de la ciudad conocida como "Old Cairo" y por la tarde
la gran atracción que magnéticamente me atraía
como ha atraído desde hace siglos a propios y a extraños:
las pirámides de Giza.
Old Cairo resultó,
como me imaginaba, tan "old" como todo lo demás y así
mismo muy interesante. El "metro" que en realidad es un tren ligero
lo deja uno a veinte pasos de lo que fue el Fuerte de Babilonia
y que hoy son únicamente los restos de una torre. En la estación
la gente me veía como bicho raro, pero pensé que no
eran más que esas miradas que se le hacen cargar a quien
parece ajeno o diferente. Cuando abordé el metro me di cuenta
que algo no estaba marchando bien, las miradas eran ya demasiado
insistentes... y eran solamente de mujeres!!. El veinte me cayó
antes de que se cerraran las puertas y rápidamente y con
las miradas de todas las pasajeras y mi mochila encima, me bajé
del tren apenado por haber entrado a la sección reservada
para mujeres. Alcancé a recorrer dos vagones más y
a entrar al de hombres en el que afortunadamente nadie sabía
de mi reciente error y las miradas curiosas ya eran solamente las
normales.
En Old Cairo está
el Museo Cóptico, en el que se encuentran objetos relacionados
con ésta religion cristiana ortodoxa, tronco común
de todas las posteriores religiones cristianas y aunque minoría,
todavía muy viva en Egipto. La belleza del edificio que fue
iglesia en su origen, es monumental y los labrados en piedra y madera
combinan la fineza de los patrones geométricos islámicos
con imágenes de Jesucristo e inscripciones en griego. En
una sala especialmente atractiva hay ejemplares de libros tan antiguos
como del siglo VII, encuadernados y algunos escritos en árabe
y griego. Admirable tesoro de esos objetos que han cambiado el curso
de la historia. Este edificio fue dañado en el terremoto
de 1992 y como resultado la mitad de él sigue en reconstrucción,
pero conserva un patio interior con ventanería labrada y
ensamblada en madera al más puro y complejísimo estilo
musulmán. Muy cerca hay una iglesia cóptica de planta
circular y con la bandera griega en la entrada.
Giza es a Cairo lo que
Teotihuacán es a la Ciudad de México, con el medio
mundo que hay de distancia. Uno toma el autobús número
9 en Midan Taharir y en media hora lo deposita a uno en la entrada
a la Gran Pirámide de Cheops. Era mediodía y decidí
invertir todo el resto del día recorriendo este símbolo
de símbolos que ha sobrevivido 5 mil años llegando
a nosotros como si viniera no solo de otros tiempos, si no de otros
mundos. Unas épocas tan distantes que no hay escala para
medirlas. Al tiempo que los faraones edificaban estas maravillas
la mayor parte del planeta estaba en pleno paleolítico tallando
piedras como herramientas, excepto en la lejana China donde también
la cultura avanzaba con tremendo handicap. En el lejano y entonces
aislado continente americano los libros de historia tienen las hojas
en blanco en esas fechas.
Cephren siendo hijo
de Cheops y viendo a su padre edificarse tan tremendo mausoleo,
decidió hacerse uno igualito, solo que ligeramente más
pequeño. El sitio estaba poblado de turistas rubios y gordos
de piel enrojecida por el sol y con la cámara automática
colgada el cuello. Pero también estaba poblado de otros turistas:
hordas de niños de primaria en grupos guiados por maestros
con cara de agotamiento. Estos turistas son mucho más simpáticos.
Estando sentado frente a la Gran Pirámide se me acercó
uno y comenzó primero la plática y después
una invasión que ya hubieran quierido para esos días
Clinton y Blair para Irak. En un instante diez, veinte, quizá
mil niños me rodearon, gritando preguntas como "What's your
name?" o "Where're you from?" o "How old're you?", entre risas,
empujones y miradas de sorpresa. Cada uno habrá recitado
su nombre y edad y alguno incluso me daba su versión de las
pirámides y los faraones. Les recité mi escasísimo
vocabulario en árabe: hola, gracias y los números
(los dichosos números!). Y felices reían contando
a gritos junto conmigo los números: "uno, dos..." los maestros
habrían pensado que encontrarían a alguien noqueado
enmedio de la pelotera cuando vinieron a mi rescate. Se los llevaron
como en racia de judiciales, pero durante la tarde me volvería
a encontrar con varios grupos idénticos y en experiencias
similares.
Al caer el sol emprendí
el camino de regreso haciendo escala en un establecimiento de "kushari"
donde intercambié un par de libras egipcias y mi hambre por
este plato tradicional, consistente de lentejas, arroz, pasta y
salsas. A la siguiente mañana me esperaba el autobús
con rumbo al oasis de Bahariya. Antes de dormir contemplé
el boleto que por la mañana me había costado tres
horas, muchos esfuerzos y mucha suerte conseguir.
Hacía muchos
meses que no estaba en un país donde se conduce por la derecha,
como en México. Al principio temí estar acostumbrado
al sistema británico, pero todo fue más fácil
de lo que pensaba. En Egipto no hay que recordar de qué lado
conducen los autos: conducen por ambos lados. Y esto es más
cierto en la carretera, una carretera de aspecto curioso: una línea
negra de pavimento enmedio de la nada. Así es el camino al
oasis de Bahariya. No hay referencias, no hay nada más que
el sol, la carretera y el autobús, fuera de eso todo es desierto.
Conducir en Egipto requiere de un grado de locura y una gran tendencia
suicida. No existen las reglas, todo es posible. Había leído
de conductores de autobuses que a 100 kms/hr le dan 'topes' al vehículo
de enfrente para que éste se haga a un lado, y lo creo. No
me tocaron ver esos extremos, pero lo creo.
En 6 horas el autobús
cruzó el desierto que separa a Bahariya de la 'civilización'
del Cairo (sic). Ya en la guía había leído
que en Bahariya solo hay dos o tres opciones de acomodamiento barato
y una en el nivel 'medio', y que cada día a la llegada del
autobús de Cairo en la plaza central, tres hombres aguardan
al o a los viajeros perdidos que de vez en cuando se desvían
de la ruta clásica del Nilo para visitar esta otra cara de
Egipto. Así fue y nada más poner un pie en la arena
fue recibir tres tarjetas de las tres opciones. Me decidí
por el Safari Camp de Ahmed, un lugar a tres kilómetros del
pueblo que ofrecía tres niveles de acomodamiento: 30, 20
y 10 libras la noche. El dueño de la tarjeta se presentó
y empecé a sospechar algo que después comprobaría:
en Egipto la mitad de la población se llaman Ahmed, Mohammed
o Mahmud. La otra mitad son mujeres. Este Mohammed me llevó
en su jeep al Safari Camp que en realidad era un conjunto con cuatro
edificios de una planta: un conjunto de habitaciones de planta circular
y techo semiesférico, una zona de cocina y comedor, otro
conjunto de habitaciones más grandes pero con aspecto de
caja de zapatos, y una última zona que nunca supe qué
era. Las habitaciones cuadradas cuestan 30 libras y tienen aire
acondicionado, las circulares 20 y tienen un ventilador y baño,
y las celdas con un catre, 10. Al fondo del jardín tienen
l aopción más económica: dos casitas hechas
de madera con techo de enredadera, que rentan a 5 libras la noche.
Todas las opciones con desayuno incluído, aclaraba Mohammed
que luego me contaría que es maestro de primaria. Algo que
nunca mencionó y que vine a enterarme días después
es que el Safari Camp de Ahmed es uno de los muchos lugares en Egipto
en los que uno puede conseguir casi todo lo que quiera, incluyendo
marihuana. Siendo como es este mundo, Egipto es un lugar frecuentado
por turistas europeos en busca del polémico producto de estos
tiempos, la droga.
Bahariya fue caminar.
Caminar por el desierto hacia la Montaña Negra en cuya cima
están los restos de un fuerte inglés de la Segunda
Guerra Mundial y las mejores vistas del oasis y el desierto. Caminar
hasta el Museo de Bahariya, que no es más que la casa del
artista Ahmed quien elabora figuras de barro, inspirado en los personajes
que habitan Bahariya. "Ahí está el Sr. Mohammed con
sus chivos" dice el artista mientras muestra orgulloso su trabajo
que además de todo me pareció un experimento documental
muy interesante. "Si todos los pueblos del mundo tuvieran su artista
Ahmed, la riqueza cultural de todos sería mayor" pensaba
yo mientras recorría guíado por Ahmed los tres cuartos
de su casa que sirven como salas de exhibición. "Y este es
un muchacho al que mordió una cobra en el desierto y hay
que amputarle la pierna" narra Ahmed frente a la figura que me recordó
que horas antes había caminado solo por ese desierto donde
aunque parece que no hay nada, animales como esos habitan.
Yo quería ver
el atardecer en el desierto y pensé que encontrar el camino
de regreso al Safari Camp no sería difícil. Tenía
el oasis a la vista y seguiría sus luces hasta llegar a él,
ahí le preguntaría a alguien. Cuando la noche cayó
empecé a sospechar que no sería tan sencillo y decidí
emprender el camino de regreso, camino que solo había recorrido
en el jeep de Mohammed en el día y comprobé que de
noche y a pie todo puede verse muy distinto. No era tarde, si acaso
las 7, pero yo estaba perdido. Por estos rumbos del oasis no suelen
haber extranjeros, de modo que a cada instante respondía
el saludo de las muchas personas que al verme pasar me decían
"Hello". Para mi sorpresa una gran parte también decían
"Welcome to Egypt!", algo que me pareció la mejor muestra
de que esta gente tiene una idea de hospitalidad muy fina, y lo
cual seguiría escuchando en adelante todos los días
en que visité los oasis. Por otra parte, la sociedad en estos
lugares es mucho más tradicional que en otras partes de Egipto,
y siendo el anochecer vi a la gente del pueblo dirigirse a las mezquitas,
llamándome especialmente la atención las mujeres,
quienes en su mayoría siguen vistiendo completamente de negro,
con velo y guantes igualmente negros. Solo se les ven los ojos y
con las sombras en la oscuridad, la escena era propia de una época
antigua. Las casas de lodo, las mujeres caminando en grupos, los
niños montando burros con alfalfa, otro niño conduciendo
un rebaño de chivos a no sé donde... la escena me
recordó aquellos nacimientos que poníamos sobre heno
en la casa, sólo que este era real y yo era parte de él.
Fue un niño en
una bicicleta (probablemente de nombre Mohammed) a quien después
de saludar le pregunté si conocía el Safari Camp y
para mayores señas le mostré la tarjeta que el otro
Mohammed me había dado. Por su expresión comprendí
que estaba lejos de mi destino, y ante la imposibilidad del idioma,
me devolvió la tarjeta y me dijo "You come", apeándose
de la bicicleta y emprendiendo marcha junto a mí. Traté
de hacer conversación, y él también trató,
pero ni mi árabe pasaba de "Hola" y "Gracias" ni su inglés
pasaba de un par de verbos y un puñado de sustantivos. Así,
seguimos caminando. "Baraka" le dije mostrándole mi botella
de agua vacía. Cuando me encuentro en estas situaciones prefiero
hablar en español, ya que de cualquier modo no me entienden
pero así al menos me expreso mejor: "Quiero Baraka" le decía
yo mostrándole con movimientos que mi botella estaba vacía.
Entendió y nos desviamos del camino para llegar a la luz
de un foco donde alguien me vendió dos botellas de "Baraka",
la única marca de agua potable en Egipto.
Después de un
largo rato de caminar, el Mohammed en turno me dijo "This my house,
you wait". No entendí si su casa estaba camino al Safari
Camp o si todo lo que habíamos caminado había sido
para ir a su casa y no a donde yo quería ir. En unos segundos
se resolvieron mis dudas. Por la misma puerta por la que entró,
salió un tipo de mediana edad quien me dijo "Are you staying
at the Safari Camp of Ahmed?", "Yes, you know where is it?", "First
come and have a tea" y así me inicié en el tradicional
rito de hospitalidad egipcia, el invitar a un extraño a tomar
té a tu casa y platicar sobre cualquier cosa. Té beduino,
me explicó el tío de Mohammed, quien probablemente
también se llama Mohammed (puede parecer imposible, también
estando ahí parece broma). Me quité los zapatos al
entrar y esto causó mayor júbilo entre mis anfitriones.
"Oh, you know!" me decían sorprendidos y al poco tiempo se
nos sumaron otros miembros de la familia, otros primos, el tío.
El Mohammed que hablaba inglés se desapareció un momento
para regresar con una caja metálica que abrió con
mirada maliciosa y empezó a sacar de ellas fotografías
que algunos viajeros se han tomado con él o con otros miembros
de la familia, pues entre otras cosas se dedican a conducir visitas
por el desierto. Después de comentar cada fotografía
sacó un par de recortes y una postal que seguramente alguno
de sus clientes le regaló y ahora atesoraba en su caja metálica:
mujeres rubias semidesnudas en poses seductoras, de esas que Delgadillo
llama "las que se dejan retratar".
Las muchas horas de
caminar hacían estragos en mi concentración y me despedí
después del tercer té. Recobré mis botas y
los dos Mohammed me indicaron el camino al Safari Camp. "Go straight"
fue lo último que escuché al doblar la esquina de
la casa de los hospitalarios dios-sabe-cuantos Mohammeds. Al cabo
de cinco minutos el pueblo, la luz y el camino se terminaron. Yo
no reconocía nada, solamente unas calles antes de llegar
a la casa de los Mohammed había visto una escuela nueva que
era mi único punto de referencia. Seguí caminando
pero la oscuridad era absoluta y más allá no se veía
sino desierto. Bueno, no se veía ni madres, pero eso quería
decir que si había algo era desierto, o había yo alcanzado
el final de la escenografía como en el 'Show de Truman'.
No escuché ninguna voz omnipresente ni vi puertas de salida,
de modo que decidí regresar sobre mis pasos hasta encontrar
la escuela para guiarme mejor. Desanduve el medio kilómetro
y tuve que andarlo de nuevo cuando comprobé que efectivamente,
la escuela indicaba que el Safari Camp estaba en esta dirección.
No sé cómo serán las bocas de los lobos, pero
aquí me estaba adentrando en la oscuridad más canija
que hasta entonces había no-visto. Saqué mi super-linterna
de dos baterías doble-a y en esta oscuridad parecía
faro de avión. Conforme caminaba volteaba a mis espaldas
y veía como la última luz de Bahariya quedaba atrás.
A lo lejos se podían escuchar todavía las oraciones
de los altavoces de las mezquitas.
Media hora después
y ya considerando seriamente la opción de regresar a Bahariya
a dormir cuando menos en la casa de los Mohammeds, vi a lo lejos
lo que parecía un foco. Con esta oscuridad el foco podía
bien estar a dos kilómetros y su luz se distinguía
bien. Seguí caminando, el frío empezaba a pegar y
decidí hacer escala de desagüe en medio desierto, una
experiencia enriquecedora. No podía ver nada, menos mi cara,
pero yo creo que mi expresión cambió cuando reconocí
que efectivamente el foco no era un foco sino tres focos e indicaban
la entrada al Safari Camp. En el jardín estaba una pareja
de canadienses que había conocido a mi llegada, y al verme
se sorprendieron: "No escuchamos el jeep" dijeron. Cual pinche jeep,
si me vine caminando.
La experiencia de la
noche anterior había sido redonda: caminando por el pueblo
me había sentido figura de Nacimiento y el final fue como
mandado a hacer: una estrella de Belén de 100 watts me había
indicado el camino que buscaba. Rematé con un cómodo
pesebre en forma de colchón del que apenas amaneciendo me
levanté para buscar la primera luz del día caminando
por el desierto.
Salí del Safari
Camp cuando ya el día le regateaba al sol los primeros colores
y no tuve que decidir la dirección de mis pasos, pues hacia
donde caminara era lo mismo: desierto. Caminé. No muy lejos
me encontré con el sonido del agua y al acercarme a éste
descubrí una escena que finalmente debe ser la escencia de
todo aquel oasis que se digne de serlo: el nacimiento de un ojo
de agua, en este caso de agua hirviendo. Resulta que los oasis del
Sahara son depresiones geológicas en las que gracias a la
diferencia de altitudes, los conductos subterráneos encuentran
salidas a la superficie y así, inexplicablemente, se da este
espectáculo natural del agua brotando de la arena. Vida.
Estos mantos acuíferos tienen su origen en las montañas
del Africa Central, y cuando aparecen en el Sahara han viajado algo
así como 5,000 kilómetros por las entrañas
de la Tierra y en el transcurso han pasado ya unos 400 años.
Mágica como es la naturaleza además se dió
el gusto de hacer oasis como llaves de baño: los hay de agua
caliente y de agua fría. Este oasis con el que me encontraba
en mi camino era caliente y la luz de la mañana iluminaba
los vapores que rodeaban el ambiente. Con el fin de aprovechar mejor
este 'aquí-mucho-más' preciado líquido, el
nacimiento de agua da vida a un sistema de canales de distribución
que los hbitantes han formado en la arena.
Más allá
de las palmeras y de algunos campos de cultivo alimentados por estos
canales, se da el contraste lógico de este medio. Poco a
poco empiezan a desaparecer las plantas y pequeños arbustos
y unos minutos más adelante ya no hay nada, solo arena y
cielo. Este ambiente parece a primera vista la mejor representación
visual de la nada, una inmensidad de vacío en kilómetros
de arena café y cielo azul o azul cielo. Sin embargo esta
apariencia no puede estar más alejada de la realidad, en
el desierto existe todo un ecosistema que aquí, en las orillas
de los oasis es todavía mayor y más fácil de
percibir. Observando con cuidado, a menudo se encuentra uno con
rastros de huellas de animales: reptiles, aves y a pesar de mi poca
habilidad en el tema, me sorprendió ver huellas similares
a las que deja un perro. Muy ocasionalmente se distinguen también
huellas de camellos y de jeeps, que aunque le quitan el sabor de
aventura al escenario, son al mismo tiempo reconfortantes: la idea
de que no muy lejos debe haber alguien. Probablemente la sensación
de soledad en el desierto llega a ser mayor que la de sed o la de
hambre, sea como sea, adentrarme en el desierto me provocó
la misma sensación que hacerlo en el océano: una atrayente
combinación de paz y respeto. Cuestión de tiempo y
supongo que ese respeto se convierte en miedo, pánico y finalmente
locura. Quien sabe, en el desierto será peor morir de sed
o de soledad?
En fin, este y otros
pensamientos cruzaban mi mente cuando el estómago superó
a los demás sentidos para exigir el desayuno del día.
Exigencia cumplida me alisté para conocer el mercado del
pueblo y el mismo Mohammed que ayer me trajera en su jeep, me dió
un aventón de regreso, cosa que agradecí pues gracias
a eso pude ser testigo de otra magia de esta tierra y su gente.
La sorpresa vino al ver cómo se saluda la gente por las calles
de Bahariya en las mañanas. Cabe decir que el mentado Mohammed
siendo maestro o por alguna otra causa ajena a mi comprender, debe
ser especialmente valorado en la comunidad, pues durante ese trayecto
me sentí escolta de Señorita Universo. Con el ruido
del jeep, cuanto ser humano se nos cruzaba por el camino levantaba
el brazo sonriendo y lanzaba un par de palabras que me parecieron
saludos y a las cuales Mohammed respondía alternando bocinazos
del jeep y unas no menos estridentes frases en árabe. En
algunas ocasiones detenía el vehículo y alguien se
acercaba a saludarlo y de paso más de uno me extendía
la mano para saludarme. "Salam alekhum!" decía yo, a esas
alturas ya francamente contagiado del carácter festivo del
recorrido. No pude dejar de pensar en la gran diferencia que hay
entre estos trayectos mañaneros y el sordo resonar de las
vías del metro repleto de gente evadiendo miradas que se
da en las ciudades 'avanzadas'.
Nuestro último
destino después de otras muchas escalas en las que habremos
saludado a la mitad de los habitantes de Bahariya, fue el 'Moon
Hotel', una de las otras alternativas de hospedaje, ubicado en la
calle principal del pueblo. Ahí nos sentamos en el jardín
del hotel, porque en Egipto como en muchos otros países en
los que la vida pasa sin mayores requisitos, la gente invierte una
buena parte del tiempo en lo que en otros lugares se conoce como
'tirar la hueva'. Esta siempre feliz y constructiva actividad se
da en aquellos lugares en que la frase 'time is money' no tiene
ningún sentido, en lugares donde llegar 5 minutos antes o
después no hace mayor diferencia, e incluso llegar o no llegar
tampoco tiene importancia. Y siguiendo esta filosofía de
vida, mis planes de conocer el mercado fueron intercambiados por
la afortunada coincidencia de conocer a Hanna, una extraña
holandesa de aspecto más bien insípido pero bastante
interesante. Como a menudo se da en estas situaciones, hicimos con
Hanna una intensa y sincera amistad que se inició, tomó
forma y terminó en el transcurso de las siguientes 6 horas.
Hanna había estudiado por 3 años en alguna fría
universidad de Amsterdam el idioma y la cultura árabes y
estaba en Bahariya como parte de su tesis final, haciendo una investigación
sobre las costumbres, ritos, creencias y diferencias linguísticas
en las diferentes zonas de Egipto. Con todo el peso de la historia
colonizadora de Europa, aquel continente dedica recursos y gente
como Hanna en estudiar la cultura de países que no tienen
la vocación, el dinero ni la voluntad para apreciarse a sí
mismos, y de estos y otros trascendentales temas estuvimos platicando
al tiempo que cruzábamos el desierto que divide a los oasis
de Bahariya y Farafra. El camino es más escénico e
interesante que el anterior a Bahariya y ya en las proximidades
de Farafra se atraviesan escenarios que posiblemente sean lo más
cercano a paisajes lunares en la Tierra. "Desierto Blanco" se llama,
y efectivamente la arena es de un color más blanco, pero
lo más espectacular son las formaciones que ha hecho el viento
en las rocas de esta zona, erosiones caprichosas en rocas que vistas
en movimiento parecen cambiar de forma. Al reconocer elefantes,
murciélagos y brujas en las rocas volví a escuchar
las voces de los niños guías en el Arbol del Tule
en Oaxaca: "ya lo vieeeeron?"
Farafra es un oasis
pequeño y Hanna pasaría aquí un par de días
antes de seguir rumbo a Dakhla donde se reuniría con otros
estudiosos de la mayor riqueza de Egipto: su gente. En vista de
los pocos días que tenía yo por delante y los muchos
kilómetros todavía por recorrer, decidí dejar
Farafra para otra ocasión y seguir con los restantes 200
kilómetros hacia Dakhla. Entre el árabe de Hanna y
mucha buena suerte, encontramos a unos pasos de donde nos dejó
el taxi colectivo, otro coche que en ese momento salía hacia
Dakhla. Para viajar por los oasis además del autobús
que recorre una vez al día el camino desde el Cairo, hay
un puñado de coches particulares que hacen las veces de taxis
colectivos y a diferentes horas del día viajan entre oasis
vecinos. Estos coches, por si hiciera falta decirlo, hace muchos
años cumplieron con su tiempo de vida útil y estando
a medio desierto sin ver durante horas a ningún otro vehículo
en la carretera, uno no puede dejar de preguntarse qué pasaría
si en ese momento el coche se da cuenta que hace tiempo debió
dejar de funcionar.
Por fortuna el Peugeot
que algún lejano día fue ensamblado en algún
también lejano lugar, y que nunca imaginó recibir
el siglo XXI cruzando el desierto del Sahara, no decidió
rendirse en esta ocasión y al atardecer volví a pisar
arena firme, después de 9 horas de bellos paisajes, sillones
con resortes salidos, un par de conversaciones frustradas por mi
nulo árabe, y hasta un café cuando el conductor tuvo
a bien darnos una tregua de 20 minutos en los que pude dejar de
respirar el humo de sus cigarrillos "Cleopatra" y de oir en su tocacintas
infinitas veces las plegarias del Corán. Arena de tinte rojizo,
arena del oasis de Dakhla, arena del pequeño, antiguo y mágico
pueblo de Al-Qasr.
El 'Al-Qasr Guesthouse'
es el mejor lugar para hospedarse en Al-Qasr, y el único.
El dueño y alegre anfitrión lleva por nombre Mohammed,
por no perder la costumbre. Es un sonriente y amigable tipo que
renta 4 habitaciones cuádruples que construyó en el
segundo piso de su cafetería. Mohammed lleva un registro
de todos sus huéspedes en los últimos años
y siempre está dispuesto no sólo a dar información
sobre Al-Qasr, sino a contar historias sobre sus huéspedes
enlistados. Así fue que vine a enterarme que antes que yo,
el 'Al-Qasr Guesthouse' había hospedado a dos mexicanos,
el último a principios de este año y de nombre 'Jorge',
quien tuvo la ocurrencia de quedarse un mes a disfrutar de este
pequeño pueblo de Egipto y de paso usar a Mohammed como 'sparring'
para practicar sus ejercicios de boxeo. Cada tarde, narra Mohammed,
instalaba las alfombras en la azotea y le recetaba a Mohammed un
par de horas del arte de cómo golpear y ser golpeado. Pude
ver en la cara de Mohammed la desilusión cuando le confesé
que a pesar de ser mexicano el box no era una de mis cualidades
ni intereses.
También en el
'Al-Qasr Guesthouse' vive durante la mitad del año en que
Holanda es demasiado fría, un tipo de aspecto curioso y ya
entrado en años, llamado Eric. Eric es dueño de dos
camellos que cuando no lo llevan por el desierto, viven estacionados
en el patio contiguo al hotel. Como consecuencia las habitaciones
que tienen 'vista a los camellos' tienen la desventaja del ruido
que estos animales hacen toda la noche. Por la mañana los
desgraciados tienen una cara de 'yo no fui' que casi se le olvida
a uno la desvelada.
Caminar por las calles
de Al-Qasr es una delicia y puede tomarle a uno horas redescubrir
los tantos callejones de la parte antigua del pueblo, edificada
en barro y hoy casi totalmente deshabitada. De tener el tiempo disponible,
bien puede uno dedicarle a Al-Qasr un mes como hizo el Jorge boxeador
o mejor aún, seis meses al año como hace Eric en compañía
de sus camellos. Esta parte del pueblo fue construída de
una manera especial, cubriendo las calles con techos y segundos
pisos con el fin de proteger a la población y sus animales
durante las tormentas de arena. Esto, combinado con la casi completa
soledad de sus calles, le dan un carácter de pueblo fantasma
muy antiguo, en el que solo ocasionalmente se encuentra uno con
algún niño jalando un burro o alguna mujer llevando
sobre su cabeza una canasta con vegetales. Sobre el dintel de las
puertas se ven aún tablones inscritos con fragmentos del
Corán, en bella caligrafía árabe. Algunas paredes
se levantan dos, tres y hasta cuatro pisos con apenas pequeñas
ventanas de madera labrada y ensamblada en complicadas tramas geométricas.
Las calles por momentos se reducen a un par de metros de ancho y
todo esto bañado por la luz de la mañana y el ruido
del pueblo que despierta al día más allá de
estos muros, me tuvo concentrado mientras el tiempo pasaba lentamente.
Las calles de Al-Qasr serpentean y se confunden con las casas, hay
momentos que no se puede distinguir donde termina la calle, pues
al doblar en muchas esquinas se encuentran a media calle arcos y
puertas para seguir de frente. Los límites entre el espacio
público y el privado se entremezclan en esta arquitectura
producto de condiciones climáticas y sociales diferentes.
Caminando en línea
recta, unos pocos pasos son suficientes para llegar a las afueras
de estos pueblos y viendo una colina cercana me dirigí a
ella pensando en disfrutar unas vistas del amanecer sobre el oasis.
Cuando llegué al lugar el sol ya golpeaba con demasiada luz
y calor al pueblo y a quienes lo viven, pero a cambio me encontré
a un grupo de niños. Los niños de estos lugares son
como todos los niños en su medio natural, escandalosos y
risueños. Pero a diferencia de otros niños, estos
conservan y cultivan una sencillez incluso precaria en la cual el
hecho de ver a un 'diferente' los hace gritar, correr a llamar a
los otros niños y arremolinarse alrededor del visitante para
tocar su ropa, intercambiar sonrisas, recibir regalos y porqué
no, burlarse de él. Así, pensé en tomarles
una foto y mientras se me ocurría cómo pedírselos
saqué la cámara de la mochila. Cuando he hecho esto
he observado dos reacciones curiosas ambas y opuestas: o salen corriendo
despavoridos a ocultarse, o gritan emocionados y generalmente contagiados
por el más efusivo ríen y posan para el extraño.
En Egipto los niños que saludé y fotografié
siempre optaron por la segunda opción, quizá por la
característica alegría de la cultura, quizá
porque a medio desierto correr a esconderse debe ser algo imposible.
En cualquier caso a los niños de Al-Qasr les gustan las fotografías
y después de la primera me pidieron que les tomara otra y
después otra y probablemente así se hubieran seguido,
riendo y cambiando posiciones y sonrisas hasta que mi rollo o mi
paciencia se acabaran. Pero fue mi hambre quien me separó
de la escena y dictó la siguiente orden, recordándome
que cuando uno viaja todo lo que pasa podría decirse que
es 'entre comidas'.
Al volver sobre mis
pasos los niños se unieron a mi marcha, siguiéndome
de cerca con las mismas risas, saludos y moscas que los rodean siempre.
Uno de ellos, de los más pequeños avanzó con
paso decidido y caminando a mi lado extendió su mano y tomó
la mía. Al voltear a verlo hizo lo que mejor saben hacer
los niños por acá: sonreir. Y así nos fuimos
caminando, él sonriendo y yo con una felicidad de esas que
se quedan aquí.
Dakhla es un oasis grande
y Mut es el pueblo más grande del oasis. En Al-Qasr me enteré
que de Mut sale diario un autobús hacia Asyut, una de las
ciudades grandes de Egipto, ubicada a la orilla del Nilo enmedio
del camino entre Cairo y Luxor. Mi ruta por los oasis terminaba
ese día después de 3 rápidos pero intensos
días de recorrer esos apartados caminos. En la mayor parte
de los lugares que he visitado he pensado que me gustaría
regresar algún día, sobre todo porque en la gran mayoría
no puedo estar el tiempo que me gustaría estar para disfrutarlo
y conocerlo a fondo, pero ese día al dejar los oasis del
oeste de Egipto pensé que desde aquel día estaré
esperando en volver algún día y espero entonces tener
más tiempo, aunque seguramente el tiempo en el desierto pierde
sentido y en un lugar así cualquier tiempo debe ser insuficiente
para disfrutar todo lo que hay: por un lado la magnificencia de
la nada, del viento que aburrido de no encontrar donde golpear levanta
de su sueño a la arena, de la latente presencia de una fauna
y una flora invisible a los ojos poco entrenados, del agua que contra
toda lógica emana de la arena y genera vida, de la riqueza
de una gente que un día hace mucho decidió habitar
en estos oasis, y hoy siguen ahí.
Pero antes de partir
todavía tendría tres encuentros memorables en mi paso
por Mut. Al mediodía tomé mi mochila y esperé
en la carretera, frente al 'Al-Qasr Guesthouse', lo primero que
pasara y que me pudiera llevar los 10 kilómetros que hay
a Mut, donde tomaría el autobús, aunque nadie me había
sabido decir a qué hora salía éste ni de dónde
exactamente. Esperé y esperé mucho, quizá dos
o tres horas pues era viernes y los viernes en Egipto ni las gallinas
ponen, por ser el día sagrado, día de rezos y de negocios
cerrados y carreteras muertas, especialmente en los oasis donde
el Islam es más estricto y conservador. En tan largo tiempo
de espera mi mejor opción era observar el paso de la gente,
recibir y regresar los saludos y miradas y evadir el calor seco
del desierto bajo una sombra. Al cabo del tiempo un hombre se unió
a mi cacería por un medio de transporte y un tiempo después
apareció la imagen ondulante de un coche en el horizonte,
ahí donde la carretera parecía empezar. El coche era
de un particular, pero dadas las circunstancias se iba deteniendo
para transportar a quienes, a pesar de ser viernes, intentábamos
desplazarnos por Egipto. El conductor nos cobró dos libras,
las cuales mi compañero de odisea se me adelantó a
pagar y no me permitió pagarle. Esas cosas pasan en Egipto:
llegas, no conoces a la persona, te invita un té, un refresco
o el pasaje y si habla inglés, inicias una conversación,
si no, aprendes a decir 'Shukran!' y te sigues maravillando y contagiando
de esta forma de ser. El mencionado benefactor no hablaba inglés
por lo que nuestra interacción terminó de ipso facto.
Al llegar a Mut pregunté
por el autobús, pero la mayor información que obtuve
era que salía a las 6 de la tarde de la plaza central del
pueblo y que los boletos aquí no existían, sólo
hay que esperar el autobús y subirse. Teniendo varias horas
libres, las invertí en caminar y conocer el pueblo. Estando
en eso, la actividad más primordial hizo su presencia y me
puso a la tarea de buscar un lugar donde comer. Así llegué
al Hotel "Gardens" donde encontré comida y una interesante
conversación en la que el dueño del lugar, Mahmud,
me trataba de convencer de que la solución del mundo era
que los países pobres como Egipto y México se unieran
en contra del único y verdadero Satán, a saber los
Estados Unidos. Esta es una idea que Mahmud comparte con otros muchos
musulmanes y llevada al extremo ha sido la razón por la que
la Hermandad Musulmana ha vaciado metralletas sobre grupos de turistas
en Luxor. También de este peculiar conversador aprendí
que Asyut es un lugar polémico, por decir lo menos. Es una
ciudad importante, sobre todo de carácter universitario,
en la que durante los últimos siglos Cópticos y Musulmanes
han estado dirimiendo sus diferencias con métodos violentos.
Y es que tener la mayor población cóptica en un país
musulmán no debe ser envidiable para ninguna ciudad. En palabras
de Mahmud y después de otros muchos personajes que encontraría,
Asyut es el último lugar al que hay que ir en Egipto. Y entonces
me lamenté de no tener más días para quedarme
un tiempo en Asyut a ver de cerca esto. El autobús llegaría
a media noche y tomaría el siguiente tren a Luxor. Bajo la
mirada seria e inspirada de Mahmud terminé mi comida y como
pude concluí la plática sobre Satán, que justo
en esos días estaba por reiniciar la guerra contra Iraq.
Más adelante
por las calles de Mut me acerqué a preguntar cómo
llegar a la 'Citadel', los restos de construcciones religiosas antiguas
que hoy son ruinas abandonadas justo en el centro del pueblo. Mi
interlocutor resultó un ingeniero nacido en Mut y egresado
de Asyut que rápidamente me invitó a beber té
a su casa. 'Mohmed Mahmoud Abdel Ghani, Street 23 July, Mout, Dakhla,
Egypt' escribió con caracteres del alfabeto romano y con
una letra que debe ser todo un mérito considerando que para
él lo normal es escribir de derecha a izquierda y con un
alfabeto completamente diferente. '002092-820408' terminó
de escribir, diciendo que los teléfonos y la misma electricidad
eran unos inventos muy recientes para los habitantes de Dahkla y
que apenas 11 años atrás no formaban parte de su vida
cotidiana. Fue el gobierno quien, buscando disminuir la concentración
demográfica en el Valle del Nilo, desde hace una década
promueve que la gente se quede en los oasis e incluso alienta a
habitantes del Cairo a que emigren a esta fértil región
enmedio del desierto. 'New Valley' le pusieron como nombre y con
muchas dificultades intentan impulsar las actividades industriales
y agrícolas. Como es de esperarse, estas medidas tienen sus
desventajas y una de ellas es que muchos pueblos pequeños
han sido indundados de conjuntos 'multifamiliares' de hasta 5 pisos
que le dan al lugar antes mágico y tradicional, un carácter
de suburbio moderno.
Mientras tanto, Mohmed,
su hermano y yo conversábamos sobre varios temas, salpicados
por su empeño en demostrar su gusto por lo 'occidental',
enlistando los nombres de sus artistas favoritos: Michael Jackson
y Madonna a la cabeza. De México recordaron el nombre de
'Campos' y se les olvidó el de un arbitro y un boxeador,
que por sus descripciones y mi ignorancia, yo tampoco pude identificar,
pero el segundo debía tratarse de J. C. Chávez. Sobre
la situación de México sabían que hace unos
años tuvimos tremenda crisis pero creían, como lo
han de creer aún nuestros gobernantes, que ya la estábamos
librando. No entenideron el nombre del 'Fobaproa', pero sí
su significado para las próximas generaciones mexicanas.
Al hablar de Egipto noté en los hermanos Abdel Ghani una
paradoja que con el tiempo he venido a distinguir implícita
en casi todas las esferas de la opinión egipcia, desde los
editoriales de la 'Egyptian Gazette', hasta las conversaciones casuales
con la gente en la calle. Esta paradoja es una moneda de dos caras,
una espada de doble filo, que básicamente consiste en que
la gente por un lado se lamenta del atraso, el subdesarrollo, la
burocracia y la corrupción y en ese sentido 'voltean' hacia
Occidente y adoptan prácticas y costumbres de los países
'desarrollados', pero al mismo tiempo, Egipto sigue resistiendo
la 'influencia' ajena a su cultura y sobre todo a los preceptos
del Corán. La relación entre el Islam y la nueva religión
occidental, la de la modernidad, está aún por inventarse
aquí, y desde el tiempo de las primeras Cruzadas hasta nuestros
días, el contacto entre el mundo musulmán y el occidental
no ha sido uno fácil. Este contacto siempre lleno de contradicciones
y sutilezas, tiene hoy a muchos jóvenes como los hermanos
Abdel Ghani haciéndose preguntas y construyendo el puente
entre las exageraciones de Madonna y las del profeta Mahoma. Un
puente, un territorio intermedio en el que viven en este fin de
milenio.
Sabroso el té,
es hora de tomar el autobús a Asyut. Gracias, ha sido una
agradable reunión entre embajadores de tan distintos y tan
parecidos mundos.
'Not-at-ol' decía
el muchacho de unos 15 años, con la cara muy seria y los
ojos negros distinguiéndose entre las sombras del autobús
en marcha. La primera vez que lo dijo me quedé serio, como
pensando otra vez en esa ambivalencia egipcia de mantener la educación
islámica y enseñarles inglés a los niños,
al mismo tiempo. Durante el trayecto de 6 horas, varias veces intercambiamos
comentarios con este peculiar personaje adolescente y ya para el
final yo hacía un esfuerzo tremendo para no reirme por su
invariable y automática respuesta a mis 'thank you'. 'Not-at-ol'
volteaba el niño y viéndome a los ojos soltaba la
frase con toda la seriedad que alguien con 15 años puede
inspirar. Me ofrecía un pan, yo lo aceptaba diciendo 'thank
you' y él como si lo hubiera aprendido de guión, decia:
'not-at-ol'. Era algo cómico, surreal.
Ya cerca de Asyut otro
retén militar detuvo al autobús y tuve que bajarme
a que apuntaran los datos de mi pasaporte, estando medio dormido
y con el frío que hace en el desierto a media noche. Estos
retenes detienen a todos los vehículos para preguntar si
vienen extranjeros y si es el caso, para tomar sus datos y hacer
sentir con esto que llevan un control, que si uno sabe como son
las cosas en Egipto, sería imposible que lo lleven realmente.
En todo caso, con estas medidas al menos se pasa revista al armamento
militar que es bastante impresionante, y se da ocasión para
interactuar con más personajes de estas tierras. Asustado
como está uno en México hacia cualquier cosa que tenga
que ver con policías o soldados, las primeras ocasiones me
sentía intimidado por estos retenes y sus vigilantes armados
hasta los dientes. Sin embargo después me dí cuenta
que en Egipto hasta los soldados son de otro material, un material
que sonríe, hace bromas y saluda y da las gracias. Quizá
la mayoría son de un material que al ver un pasaporte de
México se ablanda y se vuelve cálido, no sé
cómo reaccionará el mismo material ante un pasaporte
inglés o uno norteamericano, pero de cualquier modo el águila
y la serpiente de mi pasaporte y muy a pesar de estos tiempos, siguen
siendo un gran motivo de orgullo.
En este retén
se entretuvieron más tiempo en tomar mis datos y comunicarse
por radio, y una vez más tuve caras de sorpresa y la recomendación
de irme pronto, cuando les dije que venía a Asyut. Por traer
a un extranjero, el autobús y todos sus pasajeros tuvieron
que esperar 10 minutos parados, hasta que el mexicano y su pasaporte
fueron liberados y alegremente despedidos y abordaron nuevamente
el autobús. De Asyut pues, solo conocí las pocas calles
que separan las estaciones de autobús y de tren. Eran algo
más de la una de la mañana y el próximo tren
a Luxor saldría antes de las 2, lo cual me daba solo unos
minutos para dormitar en la estación y quizá tomar
un té. Esos minutos fueron creciendo y el tren no llegó
antes de las 2, sino después de las 4 de la mañana,
y al parecer teníamos suerte pues los trenes, como el destino,
en Egipto casi siempre llegan tarde.
Sin embargo durante
esas horas tuve dos fructíferos encuentros, ambos muy representativos
de la situación en Asyut. El primero fue con un tipo que
desde el principio me pareció diferente al 'común'
egipcio, teniendo la tez un tanto más clara y más
importantemente: una cruz colgada al cuello. De su nombre no me
acuerdo, por el estado somnoliento que a esas horas tenía,
pero de lo que platicamos si. Estaba ahí para esperar a su
hermano que venía de Cairo y todo en él era diferente
al resto de los presentes en la estación. En árabe
me ayudó a comprar el boleto de tren y luego nos sentamos
a tomar té. El era Cóptico y en pocas frases me dejó
ver lo que antes me habían dicho otros, que vivir en Asyut
no es fácil, que es una ciudad básicamente universitaria
y escencialmente conflictiva. Que existe una discriminación
implícita y latente y una descalificación constante
y mutúa entre musulmanes y cópticos. Más allá,
las diferencias que estas dos religiones tienen a lo largo y ancho
de Egipto, se manifiestan en Asyut invariablemente, desde el salón
de clases universitario, las mezquitas e iglesias, los comercios,
mercado y negocios, y obviamente, en la calle misma. La plática
siguió su curso sobre la situación en Egipto y de
cómo los egresados de ingenierías y licenciaturas
terminaban conduciendo taxis o atendiendo puestos de frutas en el
mercado. 'Tan lejos y tan cerca', con pasados tan diferentes, culturas
y religiones tan distintas, idiomas e ideologías tan diversas...
y en una situación tan similar, México y Egipto. Hijos
de Hombres-jaguar e hijos de Faraones viviendo el nuevo orden mundial.
Ya por ahí de
las 4 de la mañana yo estaba convencido de que el tren a
Luxor nunca llegaría, o bien, que ya había pasado
y por mi nulo conocimiento del árabe o por mi sueño,
ni me había enterado. Estando así noté que
por el andén pululaban decenas de grupos de jóvenes,
algunos con grabadoras que gritaban canciones 'pop' y los más
gritando ellos mismos, aplaudiendo y riendo entre sí. Como
quien no quiere la cosa uno de ellos se me acercó, me preguntó
mi nombre y ahí se soltó la parvada tal y como en
Giza se soltó con los niños que me asfixiaban arremolinándose
a mi alrededor, saludando, haciendo preguntas, y riéndose
en parte conmigo, en parte de mí. En este caso no eran niños
ni era la Gran Pirámide, sino jóvenes universitarios
y la estación de trenes de Asyut. Pero el efecto era el mismo,
el clima pasó de ser el clima frío y sórdido
de las cuatro de la mañana en una estación de trenes,
para ser ahora un ambiente cuasi-carnavalesco de risas y gritos
y comentarios y preguntas sobre México. 'Futbol' decían
algunos, y entre 'Hellos' y 'Whats your name?' uno de ellos sacó
una cámara y nos tomaron fotos con diferentes grupos de estudiantes,
trajeron al maestro de inglés que se presentó, y finalmente,
entre la bulla y las risas alguien dijo las palabras mágicas:
"your train to Luxor!"
Uno de ellos sacó
un papel y escribió: "Mr. Mahmoud Althmey, Ahmed-Luxor-West
Bank, village Albohrit. Altood, Egypt. Please don't forget us. 22/11/89"
Y al leerlo pensé dos cosas: 89 es 98 escrito de derecha
a izquierda y no, creo que nunca olvidaré a la gente de Egipto.
Sobre Luxor y sus templos
mucho se ha escrito y mucho mejor que cualquier cosa que yo pudiera
escribir aquí. Sus misterios han fascinado a la humanidad
desde los tiempos faraónicos, cuando representaban el poder
sobre 'los dos Egiptos', y después han fascinado a griegos,
romanos, bizantinos, otomanes, árabes, europeos y mexicanos
que por aquí han pasado. En esta parte de la geografía
mundial se encuentra una de las mayores herencias de la civilización:
tumbas y templos de una de las primeras formas de organización
social, política, religiosa y económica de todos los
tiempos. Y dicho esto, desde luego que unos días aquí
no sirven sino para admirar momentáneamente y tratar de atrapar
con los sentidos estas maravillas. El templo de Luxor está
hoy prácticamente en el centro de la ciudad y a un par de
kilómetros siguiendo el cauce del Nilo está Karnak,
que debió ser igualmente majestuoso. Los días aquí
se me fueron visitando los templos de día y de noche, recorriendo
algunas de las tumbas de los Faraones y caminando las calles de
la ciudad. Suficiente para darme cuenta que aún siendo el
mismo país, Luxor y los oasis pertenecen a otra dimensión,
a otra época.
El ambiente en Luxor
no es como en los oasis, aquí el turismo es una industria,
de hecho es la mayor y casi única industria. Por las calles
la gente sigue saludando a propios y extraños, pero casi
siempre será con la intención de vender algún
producto o servicio. Los vendedores y guías de turistas no
sólo hablan inglés sino frecuentemente varios idiomas
europeos, entre los que el español es particularmente popular,
pues este es un destino frecuente de turistas ibéricos. Con
todo esto, a pesar de que seguía viajando cada vez más
lejos, al pasar los oasis y llegar a Luxor sentí en cierta
medida que regresaba un poco. Por otro lado, el vacío que
causa esta desventaja, lo llena en parte la magnificencia de los
templos y sitios antiguos. El Nilo, el desierto, los templos y las
tumbas son un escenario perfecto para soñar y viajar en el
tiempo, para maravillarse de la obra y capacidad humana, un escenario
si acaso lamentablemente interrumpido por las hordas de turistas
en bermudas, zapatos, cámara de video y sombrero de película
de aventuras. Son estos personajes que vienen con sus divisas fuertes
y no poca prepotencia a darle otro ángulo al orden social
de Luxor, y es por ellos que lo que podría ser una relajante
caminata a lo largo del Nilo se convierte en una invencible invasión
de vendedores, guías y traficantes de droga.
A estas alturas, más
de mil kilómetros de viajar por Egipto ya me habían
enseñado palabras, frases, los números y un poco la
forma de pensar y actuar por acá. Sabiendo ya el precio normal
de las cosas, no dejaba de sorprenderme que en Luxor todo mundo
le quiere sacar varias veces su valor a las cosas. Por todo esto
Luxor fue para mí, una mezcla entre lo sublime y majestuoso
de sus templos y lo prosaico de su ambiente adaptado al turismo
en su forma más vulgar y dañina. Con esta idea decidí
tomar una mañana el tren a Aswan, la última ciudad
de Egipto y la más cercana a la frontera con el Sudán.
Aswan es, como dicen
en árabe, 'kuayis'. Quizá la mejor traducción
para esa palabra, y considerando el gusto con el que la dicen, sea
'chingón' en buen mexicano. Se trata de una ciudad grande,
pero mucho menos explotada turísticamente, al menos no en
las magnitudes que Luxor. Aswan no tiene los templos que tiene Luxor
y debido a que en estos tiempos el acceso por carretera al templo
de Abu Simbel está cerrado, su mayor atractivo es indudablemente
el ambiente y la presencia del Nilo en esta ciudad que fue famosa
por ser la puerta de entrada a la Africa Negra y punto estratégico
para el paso de caravanas.
Hoy lo mejor que puede
hacerse en Aswan es o bien sentarse a la orilla del Nilo o bien
negociar una vuelta a la isla Elefantina o simplemente por el Nilo,
en una 'felucca'. Estos son pequeños barcos de vela que navegan
este milenario río en toda su extensión solamente
impulsados por el apacible viento y la paciencia y destreza de sus
'capitanes'. Estos capitanes, como casi todos los habitantes de
Aswan, son muy diferentes físicamente al resto de los egipcios.
Provienen de la cultura 'Nubia', cuyos mayores asentamientos quedaron
sumergidos en el Lago Nasser cuando en los 70s se construyó
la mayor presa del mundo; presa que pondría fin a los caprichos
del Nilo y permite que hoy se controle su nivel y se eviten las
anuales indundaciones. La gente de Nubia es de tez más oscura,
más similar al resto de la población de Africa, y
aquí aún es posible encontrar algunas artesanías
y danzas propias de esta cultura. De hecho el mejor museo de Egipto,
y el más recientemente construído, es el 'Museo de
Nubia', en Aswan. En este museo se describe la historia de Nubia,
su relación con el Egipto faraónico y su integración,
forma de vida y tradiciones actuales.
Después del paseo
por el Nilo y de disfrutar el relajado ambiente en Aswan, poco a
poco me hacía a la idea de que se acercaba el momento de
regresar y terminar con este viaje. En Singapur no me esperaba el
regreso, sino la continuación de ese otro viaje, la prolongación
de lo imprevisto.
El último día
tuve la suerte de pasar fuera de un establecimiento con el nombre
de 'Islamic Bookshop' y me detuve a ver los libros que venden sobre
el Islám y la cultura musulmana. Tienen en esa librería
ejemplares en todos los idiomas: desde el chino hasta el esperanto,
dando a conocer los preceptos y fundamentos de esta interesante
religión. Zakaria Mostafa es el encargado de la tienda y
sobre un vaso de té charlamos no solamente sobre la importancia
de la religión en Egipto, sino sobre política y economía,
concluyendo como corolario del viaje, la situación social
que compartimos en realidades tan distintas mexicanos y egipcios.
Esa noche platicando
con Gloria y Josep, unos buenos amigos catalanes, pensé que
una parte esencial de viajar es conocer gente y puntos de vista
diferentes. Realidades que de otro modo es difícil comprender.
Y como dice García Márquez:
Viajar es volverse mundano
es conocer otra gente
es volver a empezar.
Empezar extendiendo la
mano,
aprendiendo del fuerte,
es sentir soledad.
Este viaje a Egipto
cumplió con estos y otros requisitos y por eso digo: Gracias.
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