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r i c a r d o       s o s a       m e d i n a
  Egipto

Sé que hay mil razones que alguien puede tener para ir a Egipto, y seguramente algunas de ellas pueden parecer tan absurdas como la mía: el precio del boleto de avión. Navegando en la página de Malaysia Airlines vine a descubrir la promoción que ponía el costo del boleto muy cercano a lo que uno paga para ir de la Ciudad de México a Puerto Vallarta. La diferencia entre la hermosa Vallarta y Egipto sin embargo, es evidente. No que haya decidido ir a Egipto solamente por lo barato, eso sería absurdo. Como que ir a Egipto es algo que muchos tenemos como un sueño: las escenas de las Pirámides han servido de escenografía para innumerables películas e historias y son hoy un ícono si acaso tan importante para el turismo como lo son para la historia de la humanidad. Fue más bien el darme cuenta que ese destino estaba al alcance de mi mano lo que me hizo decidir con una anticipación de apenas dos semanas, que el aparentemente lejano sueño de viajar a Egipto podía (y debía por lo mismo) realizarlo.

Con un pasaporte próximo a su fecha de caducidad y con la ayuda de mi familia en México, una semana entera se me fue en renovar el indispensable documento. La siguiente semana se me fue como se me van todas las semanas, como agua, entre los preparativos para pedir días de vacaciones en el trabajo y hacer las reservaciones del vuelo. 'Y la visa?' me preguntó mi madre apenas dos días antes de salir. Llamé a la embajada y me confirmaron lo que en Internet había oído como un rumor: se puede obtener a la llegada en el aeropuerto. Internet. El último año este increíble medio de comunicación ha cambiado mi vida completamente. A través de internet planeé el viaje alrededor del mundo, a través de internet contacté diseñadores en los países que visitaría, a través de internet le avisé a mi familia que me ofrecían un trabajo en Singapur, y en estos días a través de internet escucho el radio y leo los periódicos de la Ciudad de México, y a través de internet me comunico diariamente con familia, amigos, exnovias y conocidos. Y ahora, a través de internet me enteraba de la promoción del vuelo a Egipto y hacía los preparativos.

Después de hacer escalas en Kuala Lumpur, Dubai y Líbano, finalmente el lunes 16 de noviembre el avión tocaba tierra en el Aeropuerto Internacional del Cairo, en Egipto. Antes de llegar ya en las 6 horas de vuelo me había sorprendido viendo a varios pasajeros desabrochar su cinturón de seguridad y tender una alfombra frente a la salida de emergencia del Airbus 300. Acto seguido les indundaba la cara una expresión de sobriedad y cerrando los ojos y juntando las palmas de las manos procedían con las repetidas inclinaciones dirigidas a la Mecca, tocando el piso alfombrado del avión con la frente, repitiendo entre murmullos oraciones y levantándose una y otra vez. Un tanto desconcertado volteaba discretamente a presenciar estos actos de religiosidad y comenzó a surgir en mí un sentimiento muy particular  que durante los siguientes días se convertiría en admiración por una de las religiones más difundidas y menos comprendidas en este redondo planeta.

La estación de autobuses de Chihuahua podría pasar más fácilmente como 'Aeropuerto Internacional' que el Aeropuerto Internacional del Cairo. Desde ahí empiezan las incongruencias que como buen país tercermundista, le dan un tinte surrealista a todas las cosas en Egipto. El nervio de llegar a un país así sin visa jugaba en mí una doble posibilidad: o era detenido y sentenciado a la horca por cometer perjurio, o todo se arreglaría en 5 minutos como quien no quiere la cosa. Afortunadamente pasó lo segundo. Antes de las filas de migración hay cinco ventanillas de bancos y casas de cambio. Tres estaban cerradas y en las otras dos un letrero que decía "Visa stamps 15 dlls". Después de los malos modos del cajero entregué un billete de 20 dólares (el de la buena suerte que siempre traigo en la cartera) y tuve de regreso un billete de 5 dólares (espero que mi suerte no sea menor ahora) y dos estampillas que intuí debía pegar en una hoja de mi nuevo pasaporte. Le extendí así el documento al oficial y en dos minutos estaba libre: en Egipto con una mochila al hombro.

"Tome el microbús número 54" era la recomendación de mi guía de viaje para ir a Midan Tahrir desde el aeropuerto. Microbus 54, me repetía yo tratando de memorizar "Midan Tahrir" en caso de perderme. Todo empezó a parecerme muy sospechoso cuando en la parada de autobuses (o algo que parecía parada de autobuses) veía yo llegar esporádicamente algún autobús o microbus sin ningún número visible. 54? me pregunté. Después de un rato decidí preguntar al  conductor del siguiente autobús. "Midan Tahrir?" dije yo. "Terminal one first" me respondió en un idioma que levemente hacía recordar al inglés. Ante las opciones a la vista, me subí. Ahí empezó a tomar forma la situación: había yo llegado a la Terminal 2 y la 'base' de microbuses estaba en la terminal uno. Ya en el estacionamiento de la terminal uno volví a preguntar y al principio dos interrogados no supieron darme razón. "Midan Tahrir?" me contestaban con cara de duda. Por fin el tercero me respondió "Ah, Midan Taharir! that bus" señalando un microbús que en ese momento arrancaba. Busqué el número 54 en lo que corría a abordarlo pero nunca lo encontré. Y nunca lo encontraría. Hasta que empecé a ver las placas de los coches y los rótulos en otros autobuses me empecé a dar cuenta de una tragedia que habría de superar si quería sobrevivir en Egipto: los números se escriben diferente en árabe. "Ora si la chingamos!" pensaba yo mientras recordaba que en China había tenido buena suerte de que al menos los números se escribieran igual: uno sigue sin entender nada pero al menos las horas, los trenes, autobuses y precios se pueden deducir con los números. Aquí fue donde me empecé a dar cuenta de lo poco que me había preparado para el viaje y de lo mucho que lo disfrutaría. "Bienvenido a Egipto!"

Conforme el microbús número 54 se aproximaba al corazón de Cairo fui introducido a las características de esta ciudad. A través de las polvosas ventanas del microbús me empecé a dar cuenta que no solamente la ventana estaba polvosa, toda la ciudad, las calles y banquetas, los anuncios, los coches y la gente tenían un aspecto café. La arena del desierto cubre todo en Cairo y si hay un color que se vea en toda la ciudad es el café. La mayor parte de los edificios si tienen alguna pintura en su exterior es color café y si no el resultado es el mismo: son cafés. Los letreros de Coca-Cola y los menos frecuentes señalamientos de tránsito están cubiertos por esta capa de arena. Cairo es color café, Cairo es sucio por naturaleza, definición y destino.

Pero además de esto, en este inicial recorrido pude ver que Cairo como todo en Egipto, está entrando al templo de la modernidad. Sin embargo está entrando a pasitos muy pequeños, como quien no está convencido de entrar. Los coches en las calles, los semáforos, los edificios, en fin: la primera impresión que el microbús número 54 me estaba dando era la de un lugar en los 70's, un lugar como el que era México antes del GATT, antes de De la Madrid y antes de Salinas. Gasolinerías con bombas cayéndose de viejas y pisos cubiertos de aceite, anuncios espectaculares rotulados a mano, en resumen, ese ambiente pre-moderno que había por todos lados en México y cuyo cambio le hizo pensar a la mayoría que 'ya la habíamos hecho' antes de enero de 1994.

Al mismo tiempo mientras avanzábamos en distancia nos deteníamos en velocidad, signo evidente de que nos acercábamos peligrosamente al centro de la metrópoli. Los bocinazos iban también en decidido aumento hasta que aquello se convirtió en un estacionamiento gigante lleno de ruidos que le daban un toque festivo al caos. Empecé a considerar la opción de abandonar el microbús cuando vi que los peatones avanzaban mucho más rápido que los autos. Otro factor importante era la situación dentro del autobús. Al salir del aeropuerto se habrían ocupado apenas la mitad de los asientos, pero a estas alturas los pasillos comprimían a varios pasajeros y por las puertas comenzaban a colgar aquellos que ya no alcanzaban a poner todo su cuerpo dentro del vehículo. Estando así, luchando por oxígeno y sorprendido de la rapidez con la que cambia uno de lugar apenas podía recordar que media hora antes estaba sentado en un alfombrado avión con pantallita de video y aire acondicionado. En ese momento y a través de la  ventana vi algo que me maravilló. Ahí del otro lado del paso a desnivel estaba una estatua enorme de piedra, ahí estaba Ramsés II presenciando impávido el caos. Parado muy derechito y ataviado con la indumentaria faraónica Ramsés II esbozaba una expresión de paz, inmutable ante la situación que tenía enfrente. Me maravillé por la escena, no tanto por la belleza de la obra antigua, sino por su convivencia con el Egipto Moderno. En Egipto solamente una cosa supera la belleza de las obras de la antiguedad: su presencia cotidiana en la vida diaria. Con esto decidí abrazar mi mochila y lanzarme al pasillo del microbús como quien trata de abrirse camino frente a la defensiva en un partido de rugby o más exactamente como quien decide de último momento bajarse del Metro en Balderas.

En Midan Ramsés me envolvía el escándalo de los bocinazos de autobuses y coches que intenaban abrirse paso entre una horda de peatones que también intentaban abrirse paso, todo esto sazonado con algunas carretas jaladas por burros que no sabían que tenían que abrirse paso, pero eran dirigidos por sus conductores para que así lo hicieran. Intenté tomarle una fotografía a dicha escena, con el impávido Ramsés II al fondo, pero preferí salvar el pellejo y buscar refugio unas calles adelante, donde el caos disminuía ligeramente y como llamando a la gente se levantaba el minarete de una mezquita de espléndida manufactura. Era la primer mezquita de las muchas que por decenas vi en Cairo, todas magníficas.

Caminé y me perdí tratando de llegar a Midan Taharir y, como generalmente pasa, después de muchas vueltas y de muchas instrucciones me pregunté "Para qué quieres ir a Midan Taharir?" y no encontré respuesta. Necesitaba un hotel y según la guía de viaje cerca de Taharir (ahora me daba cuenta que "Midan" quiere decir "Plaza") había muchos, pero era temprano y mi mochila ligera, así que decidí disfrutar el recorrido por las calles del Cairo. Consultando el mapa de mi guía me saludó un tipo de mediana edad. "Where are you from?" es la primer pregunta. "Oh! México, nice country" es casi siempre la respuesta a mi respuesta. Me hizo saber que Taharir estaba a solo unas calles, que él era de Nubia (hoy el sur de Egipto) y que me invitaba un té. A falta de té encontramos un puesto improvisado que vendía refrescos y cada quien se bebió uno. Me dijo que trabajaba en una agencia de viajes, que lo que se me ofreciera aquí tenía yo su tarjeta, se despidió y me deseó suerte. Como estos encuentros tendría muchos durante mi estancia en Egipto, gente amigable con un tiempo libre para platicar y tomar un té y dispuestos a ayudar. Pero no había visto nada, todavía.
Los hoteles baratos en el centro del Cairo son tan surreales como todo lo demás. Hay uno especialmente notable que está en el noveno piso de un edificio decrépito, tan tocado por los años y las arenas del desierto como todos los demás edificios de la zona. Estos edificios tienen uno o dos elevadores en el claro de la escalera central, de aquellos elevadores antiguos en los que uno tiene que abrir la puerta del piso y luego la del elevador y son tipo jaula de hierro forjado de modo que uno va viendo el paso de los pisos mientras sube, todo esto enmedio del chillar de las cadenas y los cables en un ambiente oscuro, un ambiente de otros tiempos. El mencionado hotel, como otros muchos, tiene la ocurrencia de que el elevador sube pero no baja. Es decir, si baja porque sino cómo subiría de nuevo, pero uno no puede 'llamar' al elevador sino únicamente desde la planta baja. Si alguien en cualquier otro piso quiere abordar el elevador debe coincidir con el momento en que alguien baja en ese piso, haciendo que lo más común sea bajar los nueve pisos por la escalera. Este simple hecho hace que la búsqueda de hoteles baratos se limite a una o dos opiones cuando mucho. No es divertido invertir toda la tarde subiendo en elevadores de principio de siglo y bajando 420 escalones en cada edificio.

Así fue que antes de llegar a Midan Taharir pasé por un hotel llamado "Amin" con la recepción en la planta baja y las habitaciones en el onceavo piso. Gracias a la propiedad voyeurista de esos elevadores uno puede atestiguar que en los 10 pisos entre la recepción y las habitaciones no hay nada más que escombros, ratas y oscuridad. El precio no es ninguna ganga en un país en el que una buena comida cuesta 50 ctvs de dólar: 4 dólares la noche con baño y agua caliente. Por la noche el caos de las calles se transforma súbitamente en un silencio total y esa noche dormí como piedra sin pensar mucho en el cambio de horario, país, cultura, idioma y hasta números. Sin embargo a las 4 de la mañana mi cualidad de roca vió su fin con los ruidos que recorren la ciudad completa, provenientes de los altavoces de las incontables mezquitas.

La tarde anterior había caminado por esa parte de la ciudad que se conoce como "Islamic Cairo" y que no es ni más ni menos islámica que el resto de la ciudad y del país. En la guía afirman acertadamente que para conocer solamente Islamic Cairo se necesitan un par de meses. Es un laberinto de calles y callejones algunos pavimentados, la mayoría no, en el que abundan los cafés llenos de hombres fumando "shisha", la tradicional y super popular pipa de agua. También abundan en Islamic Cairo las mezquitas, sobre todo antiguas, y mercados, tiendas y casas. Caminando por esas pequeñas calles regresa uno en el tiempo indefinidamente hasta el punto en que ni los polvosos anuncios de Pepsi son capaces de convencer que pertenecen al presente. El día de hoy en cambio, había diseñado el día para recorrer otra zona de la ciudad conocida como "Old Cairo" y por la tarde la gran atracción que magnéticamente me atraía como ha atraído desde hace siglos a propios y a extraños: las pirámides de Giza.

Old Cairo resultó, como me imaginaba, tan "old" como todo lo demás y así mismo muy interesante. El "metro" que en realidad es un tren ligero lo deja uno a veinte pasos de lo que fue el Fuerte de Babilonia y que hoy son únicamente los restos de una torre. En la estación la gente me veía como bicho raro, pero pensé que no eran más que esas miradas que se le hacen cargar a quien parece ajeno o diferente. Cuando abordé el metro me di cuenta que algo no estaba marchando bien, las miradas eran ya demasiado insistentes... y eran solamente de mujeres!!. El veinte me cayó antes de que se cerraran las puertas y rápidamente y con las miradas de todas las pasajeras y mi mochila encima, me bajé del tren apenado por haber entrado a la sección reservada para mujeres. Alcancé a recorrer dos vagones más y a entrar al de hombres en el que afortunadamente nadie sabía de mi reciente error y las miradas curiosas ya eran solamente las normales.

En Old Cairo está el Museo Cóptico, en el que se encuentran objetos relacionados con ésta religion cristiana ortodoxa, tronco común de todas las posteriores religiones cristianas y aunque minoría, todavía muy viva en Egipto. La belleza del edificio que fue iglesia en su origen, es monumental y los labrados en piedra y madera combinan la fineza de los patrones geométricos islámicos con imágenes de Jesucristo e inscripciones en griego. En una sala especialmente atractiva hay ejemplares de libros tan antiguos como del siglo VII, encuadernados y algunos escritos en árabe y griego. Admirable tesoro de esos objetos que han cambiado el curso de la historia. Este edificio fue dañado en el terremoto de 1992 y como resultado la mitad de él sigue en reconstrucción, pero conserva un patio interior con ventanería labrada y ensamblada en madera al más puro y complejísimo estilo musulmán. Muy cerca hay una iglesia cóptica de planta circular y con la bandera griega en la entrada.

Giza es a Cairo lo que Teotihuacán es a la Ciudad de México, con el medio mundo que hay de distancia. Uno toma el autobús número 9 en Midan Taharir y en media hora lo deposita a uno en la entrada a la Gran Pirámide de Cheops. Era mediodía y decidí invertir todo el resto del día recorriendo este símbolo de símbolos que ha sobrevivido 5 mil años llegando a nosotros como si viniera no solo de otros tiempos, si no de otros mundos. Unas épocas tan distantes que no hay escala para medirlas. Al tiempo que los faraones edificaban estas maravillas la mayor parte del planeta estaba en pleno paleolítico tallando piedras como herramientas, excepto en la lejana China donde también la cultura avanzaba con tremendo handicap. En el lejano y entonces aislado continente americano los libros de historia tienen las hojas en blanco en esas fechas.

Cephren siendo hijo de Cheops y viendo a su padre edificarse tan tremendo mausoleo, decidió hacerse uno igualito, solo que ligeramente más pequeño. El sitio estaba poblado de turistas rubios y gordos de piel enrojecida por el sol y con la cámara automática colgada el cuello. Pero también estaba poblado de otros turistas: hordas de niños de primaria en grupos guiados por maestros con cara de agotamiento. Estos turistas son mucho más simpáticos. Estando sentado frente a la Gran Pirámide se me acercó uno y comenzó primero la plática y después una invasión que ya hubieran quierido para esos días Clinton y Blair para Irak. En un instante diez, veinte, quizá mil niños me rodearon, gritando preguntas como "What's your name?" o "Where're you from?" o "How old're you?", entre risas, empujones y miradas de sorpresa. Cada uno habrá recitado su nombre y edad y alguno incluso me daba su versión de las pirámides y los faraones. Les recité mi escasísimo vocabulario en árabe: hola, gracias y los números (los dichosos números!). Y felices reían contando a gritos junto conmigo los números: "uno, dos..." los maestros habrían pensado que encontrarían a alguien noqueado enmedio de la pelotera cuando vinieron a mi rescate. Se los llevaron como en racia de judiciales, pero durante la tarde me volvería a encontrar con varios grupos idénticos y en experiencias similares.

Al caer el sol emprendí el camino de regreso haciendo escala en un establecimiento de "kushari" donde intercambié un par de libras egipcias y mi hambre por este plato tradicional, consistente de lentejas, arroz, pasta y salsas. A la siguiente mañana me esperaba el autobús con rumbo al oasis de Bahariya. Antes de dormir contemplé el boleto que por la mañana me había costado tres horas, muchos esfuerzos y mucha suerte conseguir.

Hacía muchos meses que no estaba en un país donde se conduce por la derecha, como en México. Al principio temí estar acostumbrado al sistema británico, pero todo fue más fácil de lo que pensaba. En Egipto no hay que recordar de qué lado conducen los autos: conducen por ambos lados. Y esto es más cierto en la carretera, una carretera de aspecto curioso: una línea negra de pavimento enmedio de la nada. Así es el camino al oasis de Bahariya. No hay referencias, no hay nada más que el sol, la carretera y el autobús, fuera de eso todo es desierto. Conducir en Egipto requiere de un grado de locura y una gran tendencia suicida. No existen las reglas, todo es posible. Había leído de conductores de autobuses que a 100 kms/hr le dan 'topes' al vehículo de enfrente para que éste se haga a un lado, y lo creo. No me tocaron ver esos extremos, pero lo creo.

En 6 horas el autobús cruzó el desierto que separa a Bahariya de la 'civilización' del Cairo (sic). Ya en la guía había leído que en Bahariya solo hay dos o tres opciones de acomodamiento barato y una en el nivel 'medio', y que cada día a la llegada del autobús de Cairo en la plaza central, tres hombres aguardan al o a los viajeros perdidos que de vez en cuando se desvían de la ruta clásica del Nilo para visitar esta otra cara de Egipto. Así fue y nada más poner un pie en la arena fue recibir tres tarjetas de las tres opciones. Me decidí por el Safari Camp de Ahmed, un lugar a tres kilómetros del pueblo que ofrecía tres niveles de acomodamiento: 30, 20 y 10 libras la noche. El dueño de la tarjeta se presentó y empecé a sospechar algo que después comprobaría: en Egipto la mitad de la población se llaman Ahmed, Mohammed o Mahmud. La otra mitad son mujeres. Este Mohammed me llevó en su jeep al Safari Camp que en realidad era un conjunto con cuatro edificios de una planta: un conjunto de habitaciones de planta circular y techo semiesférico, una zona de cocina y comedor, otro conjunto de habitaciones más grandes pero con aspecto de caja de zapatos, y una última zona que nunca supe qué era. Las habitaciones cuadradas cuestan 30 libras y tienen aire acondicionado, las circulares 20 y tienen un ventilador y baño, y las celdas con un catre, 10. Al fondo del jardín tienen l aopción más económica: dos casitas hechas de madera con techo de enredadera, que rentan a 5 libras la noche. Todas las opciones con desayuno incluído, aclaraba Mohammed que luego me contaría que es maestro de primaria. Algo que nunca mencionó y que vine a enterarme días después es que el Safari Camp de Ahmed es uno de los muchos lugares en Egipto en los que uno puede conseguir casi todo lo que quiera, incluyendo marihuana. Siendo como es este mundo, Egipto es un lugar frecuentado por turistas europeos en busca del polémico producto de estos tiempos, la droga.

Bahariya fue caminar. Caminar por el desierto hacia la Montaña Negra en cuya cima están los restos de un fuerte inglés de la Segunda Guerra Mundial y las mejores vistas del oasis y el desierto. Caminar hasta el Museo de Bahariya, que no es más que la casa del artista Ahmed quien elabora figuras de barro, inspirado en los personajes que habitan Bahariya. "Ahí está el Sr. Mohammed con sus chivos" dice el artista mientras muestra orgulloso su trabajo que además de todo me pareció un experimento documental muy interesante. "Si todos los pueblos del mundo tuvieran su artista Ahmed, la riqueza cultural de todos sería mayor" pensaba yo mientras recorría guíado por Ahmed los tres cuartos de su casa que sirven como salas de exhibición. "Y este es un muchacho al que mordió una cobra en el desierto y hay que amputarle la pierna" narra Ahmed frente a la figura que me recordó que horas antes había caminado solo por ese desierto donde aunque parece que no hay nada, animales como esos habitan.

Yo quería ver el atardecer en el desierto y pensé que encontrar el camino de regreso al Safari Camp no sería difícil. Tenía el oasis a la vista y seguiría sus luces hasta llegar a él, ahí le preguntaría a alguien. Cuando la noche cayó empecé a sospechar que no sería tan sencillo y decidí emprender el camino de regreso, camino que solo había recorrido en el jeep de Mohammed en el día y comprobé que de noche y a pie todo puede verse muy distinto. No era tarde, si acaso las 7, pero yo estaba perdido. Por estos rumbos del oasis no suelen haber extranjeros, de modo que a cada instante respondía el saludo de las muchas personas que al verme pasar me decían "Hello". Para mi sorpresa una gran parte también decían "Welcome to Egypt!", algo que me pareció la mejor muestra de que esta gente tiene una idea de hospitalidad muy fina, y lo cual seguiría escuchando en adelante todos los días en que visité los oasis. Por otra parte, la sociedad en estos lugares es mucho más tradicional que en otras partes de Egipto, y siendo el anochecer vi a la gente del pueblo dirigirse a las mezquitas, llamándome especialmente la atención las mujeres, quienes en su mayoría siguen vistiendo completamente de negro, con velo y guantes igualmente negros. Solo se les ven los ojos y con las sombras en la oscuridad, la escena era propia de una época antigua. Las casas de lodo, las mujeres caminando en grupos, los niños montando burros con alfalfa, otro niño conduciendo un rebaño de chivos a no sé donde... la escena me recordó aquellos nacimientos que poníamos sobre heno en la casa, sólo que este era real y yo era parte de él.

Fue un niño en una bicicleta (probablemente de nombre Mohammed) a quien después de saludar le pregunté si conocía el Safari Camp y para mayores señas le mostré la tarjeta que el otro Mohammed me había dado. Por su expresión comprendí que estaba lejos de mi destino, y ante la imposibilidad del idioma, me devolvió la tarjeta y me dijo "You come", apeándose de la bicicleta y emprendiendo marcha junto a mí. Traté de hacer conversación, y él también trató, pero ni mi árabe pasaba de "Hola" y "Gracias" ni su inglés pasaba de un par de verbos y un puñado de sustantivos. Así, seguimos caminando. "Baraka" le dije mostrándole mi botella de agua vacía. Cuando me encuentro en estas situaciones prefiero hablar en español, ya que de cualquier modo no me entienden pero así al menos me expreso mejor: "Quiero Baraka" le decía yo mostrándole con movimientos que mi botella estaba vacía. Entendió y nos desviamos del camino para llegar a la luz de un foco donde alguien me vendió dos botellas de "Baraka", la única marca de agua potable en Egipto.

Después de un largo rato de caminar, el Mohammed en turno me dijo "This my house, you wait". No entendí si su casa estaba camino al Safari Camp o si todo lo que habíamos caminado había sido para ir a su casa y no a donde yo quería ir. En unos segundos se resolvieron mis dudas. Por la misma puerta por la que entró, salió un tipo de mediana edad quien me dijo "Are you staying at the Safari Camp of Ahmed?", "Yes, you know where is it?", "First come and have a tea" y así me inicié en el tradicional rito de hospitalidad egipcia, el invitar a un extraño a tomar té a tu casa y platicar sobre cualquier cosa. Té beduino, me explicó el tío de Mohammed, quien probablemente también se llama Mohammed (puede parecer imposible, también estando ahí parece broma). Me quité los zapatos al entrar y esto causó mayor júbilo entre mis anfitriones. "Oh, you know!" me decían sorprendidos y al poco tiempo se nos sumaron otros miembros de la familia, otros primos, el tío. El Mohammed que hablaba inglés se desapareció un momento para regresar con una caja metálica que abrió con mirada maliciosa y empezó a sacar de ellas fotografías que algunos viajeros se han tomado con él o con otros miembros de la familia, pues entre otras cosas se dedican a conducir visitas por el desierto. Después de comentar cada fotografía sacó un par de recortes y una postal que seguramente alguno de sus clientes le regaló y ahora atesoraba en su caja metálica: mujeres rubias semidesnudas en poses seductoras, de esas que Delgadillo llama "las que se dejan retratar".

Las muchas horas de caminar hacían estragos en mi concentración y me despedí después del tercer té. Recobré mis botas y los dos Mohammed me indicaron el camino al Safari Camp. "Go straight" fue lo último que escuché al doblar la esquina de la casa de los hospitalarios dios-sabe-cuantos Mohammeds. Al cabo de cinco minutos el pueblo, la luz y el camino se terminaron. Yo no reconocía nada, solamente unas calles antes de llegar a la casa de los Mohammed había visto una escuela nueva que era mi único punto de referencia. Seguí caminando pero la oscuridad era absoluta y más allá no se veía sino desierto. Bueno, no se veía ni madres, pero eso quería decir que si había algo era desierto, o había yo alcanzado el final de la escenografía como en el 'Show de Truman'. No escuché ninguna voz omnipresente ni vi puertas de salida, de modo que decidí regresar sobre mis pasos hasta encontrar la escuela para guiarme mejor. Desanduve el medio kilómetro y tuve que andarlo de nuevo cuando comprobé que efectivamente, la escuela indicaba que el Safari Camp estaba en esta dirección. No sé cómo serán las bocas de los lobos, pero aquí me estaba adentrando en la oscuridad más canija que hasta entonces había no-visto. Saqué mi super-linterna de dos baterías doble-a y en esta oscuridad parecía faro de avión. Conforme caminaba volteaba a mis espaldas y veía como la última luz de Bahariya quedaba atrás. A lo lejos se podían escuchar todavía las oraciones de los altavoces de las mezquitas.

Media hora después y ya considerando seriamente la opción de regresar a Bahariya a dormir cuando menos en la casa de los Mohammeds, vi a lo lejos lo que parecía un foco. Con esta oscuridad el foco podía bien estar a dos kilómetros y su luz se distinguía bien. Seguí caminando, el frío empezaba a pegar y decidí hacer escala de desagüe en medio desierto, una experiencia enriquecedora. No podía ver nada, menos mi cara, pero yo creo que mi expresión cambió cuando reconocí que efectivamente el foco no era un foco sino tres focos e indicaban la entrada al Safari Camp. En el jardín estaba una pareja de canadienses que había conocido a mi llegada, y al verme se sorprendieron: "No escuchamos el jeep" dijeron. Cual pinche jeep, si me vine caminando.

La experiencia de la noche anterior había sido redonda: caminando por el pueblo me había sentido figura de Nacimiento y el final fue como mandado a hacer: una estrella de Belén de 100 watts me había indicado el camino que buscaba. Rematé con un cómodo pesebre en forma de colchón del que apenas amaneciendo me levanté para buscar la primera luz del día caminando por el desierto.

Salí del Safari Camp cuando ya el día le regateaba al sol los primeros colores y no tuve que decidir la dirección de mis pasos, pues hacia donde caminara era lo mismo: desierto. Caminé. No muy lejos me encontré con el sonido del agua y al acercarme a éste descubrí una escena que finalmente debe ser la escencia de todo aquel oasis que se digne de serlo: el nacimiento de un ojo de agua, en este caso de agua hirviendo. Resulta que los oasis del Sahara son depresiones geológicas en las que gracias a la diferencia de altitudes, los conductos subterráneos encuentran salidas a la superficie y así, inexplicablemente, se da este espectáculo natural del agua brotando de la arena. Vida. Estos mantos acuíferos tienen su origen en las montañas del Africa Central, y cuando aparecen en el Sahara han viajado algo así como 5,000 kilómetros por las entrañas de la Tierra y en el transcurso han pasado ya unos 400 años. Mágica como es la naturaleza además se dió el gusto de hacer oasis como llaves de baño: los hay de agua caliente y de agua fría. Este oasis con el que me encontraba en mi camino era caliente y la luz de la mañana iluminaba los vapores que rodeaban el ambiente. Con el fin de aprovechar mejor este 'aquí-mucho-más' preciado líquido, el nacimiento de agua da vida a un sistema de canales de distribución que los hbitantes han formado en la arena.

Más allá de las palmeras y de algunos campos de cultivo alimentados por estos canales, se da el contraste lógico de este medio. Poco a poco empiezan a desaparecer las plantas y pequeños arbustos y unos minutos más adelante ya no hay nada, solo arena y cielo. Este ambiente parece a primera vista la mejor representación visual de la nada, una inmensidad de vacío en kilómetros de arena café y cielo azul o azul cielo. Sin embargo esta apariencia no puede estar más alejada de la realidad, en el desierto existe todo un ecosistema que aquí, en las orillas de los oasis es todavía mayor y más fácil de percibir. Observando con cuidado, a menudo se encuentra uno con rastros de huellas de animales: reptiles, aves y a pesar de mi poca habilidad en el tema, me sorprendió ver huellas similares a las que deja un perro. Muy ocasionalmente se distinguen también huellas de camellos y de jeeps, que aunque le quitan el sabor de aventura al escenario, son al mismo tiempo reconfortantes: la idea de que no muy lejos debe haber alguien. Probablemente la sensación de soledad en el desierto llega a ser mayor que la de sed o la de hambre, sea como sea, adentrarme en el desierto me provocó la misma sensación que hacerlo en el océano: una atrayente combinación de paz y respeto. Cuestión de tiempo y supongo que ese respeto se convierte en miedo, pánico y finalmente locura. Quien sabe, en el desierto será peor morir de sed o de soledad?

En fin, este y otros pensamientos cruzaban mi mente cuando el estómago superó a los demás sentidos para exigir el desayuno del día. Exigencia cumplida me alisté para conocer el mercado del pueblo y el mismo Mohammed que ayer me trajera en su jeep, me dió un aventón de regreso, cosa que agradecí pues gracias a eso pude ser testigo de otra magia de esta tierra y su gente. La sorpresa vino al ver cómo se saluda la gente por las calles de Bahariya en las mañanas. Cabe decir que el mentado Mohammed siendo maestro o por alguna otra causa ajena a mi comprender, debe ser especialmente valorado en la comunidad, pues durante ese trayecto me sentí escolta de Señorita Universo. Con el ruido del jeep, cuanto ser humano se nos cruzaba por el camino levantaba el brazo sonriendo y lanzaba un par de palabras que me parecieron saludos y a las cuales Mohammed respondía alternando bocinazos del jeep y unas no menos estridentes frases en árabe. En algunas ocasiones detenía el vehículo y alguien se acercaba a saludarlo y de paso más de uno me extendía la mano para saludarme. "Salam alekhum!" decía yo, a esas alturas ya francamente contagiado del carácter festivo del recorrido. No pude dejar de pensar en la gran diferencia que hay entre estos trayectos mañaneros y el sordo resonar de las vías del metro repleto de gente evadiendo miradas que se da en las ciudades 'avanzadas'.

Nuestro último destino después de otras muchas escalas en las que habremos saludado a la mitad de los habitantes de Bahariya, fue el 'Moon Hotel', una de las otras alternativas de hospedaje, ubicado en la calle principal del pueblo. Ahí nos sentamos en el jardín del hotel, porque en Egipto como en muchos otros países en los que la vida pasa sin mayores requisitos, la gente invierte una buena parte del tiempo en lo que en otros lugares se conoce como 'tirar la hueva'. Esta siempre feliz y constructiva actividad se da en aquellos lugares en que la frase 'time is money' no tiene ningún sentido, en lugares donde llegar 5 minutos antes o después no hace mayor diferencia, e incluso llegar o no llegar tampoco tiene importancia. Y siguiendo esta filosofía de vida, mis planes de conocer el mercado fueron intercambiados por la afortunada coincidencia de conocer a Hanna, una extraña holandesa de aspecto más bien insípido pero bastante interesante. Como a menudo se da en estas situaciones, hicimos con Hanna una intensa y sincera amistad que se inició, tomó forma y terminó en el transcurso de las siguientes 6 horas. Hanna había estudiado por 3 años en alguna fría universidad de Amsterdam el idioma y la cultura árabes y estaba en Bahariya como parte de su tesis final, haciendo una investigación sobre las costumbres, ritos, creencias y diferencias linguísticas en las diferentes zonas de Egipto. Con todo el peso de la historia colonizadora de Europa, aquel continente dedica recursos y gente como Hanna en estudiar la cultura de países que no tienen la vocación, el dinero ni la voluntad para apreciarse a sí mismos, y de estos y otros trascendentales temas estuvimos platicando al tiempo que cruzábamos el desierto que divide a los oasis de Bahariya y Farafra. El camino es más escénico e interesante que el anterior a Bahariya y ya en las proximidades de Farafra se atraviesan escenarios que posiblemente sean lo más cercano a paisajes lunares en la Tierra. "Desierto Blanco" se llama, y efectivamente la arena es de un color más blanco, pero lo más espectacular son las formaciones que ha hecho el viento en las rocas de esta zona, erosiones caprichosas en rocas que vistas en movimiento parecen cambiar de forma. Al reconocer elefantes, murciélagos y brujas en las rocas volví a escuchar las voces de los niños guías en el Arbol del Tule en Oaxaca: "ya lo vieeeeron?"

Farafra es un oasis pequeño y Hanna pasaría aquí un par de días antes de seguir rumbo a Dakhla donde se reuniría con otros estudiosos de la mayor riqueza de Egipto: su gente. En vista de los pocos días que tenía yo por delante y los muchos kilómetros todavía por recorrer, decidí dejar Farafra para otra ocasión y seguir con los restantes 200 kilómetros hacia Dakhla. Entre el árabe de Hanna y mucha buena suerte, encontramos a unos pasos de donde nos dejó el taxi colectivo, otro coche que en ese momento salía hacia Dakhla. Para viajar por los oasis además del autobús que recorre una vez al día el camino desde el Cairo, hay un puñado de coches particulares que hacen las veces de taxis colectivos y a diferentes horas del día viajan entre oasis vecinos. Estos coches, por si hiciera falta decirlo, hace muchos años cumplieron con su tiempo de vida útil y estando a medio desierto sin ver durante horas a ningún otro vehículo en la carretera, uno no puede dejar de preguntarse qué pasaría si en ese momento el coche se da cuenta que hace tiempo debió dejar de funcionar.

Por fortuna el Peugeot que algún lejano día fue ensamblado en algún también lejano lugar, y que nunca imaginó recibir el siglo XXI cruzando el desierto del Sahara, no decidió rendirse en esta ocasión y al atardecer volví a pisar arena firme, después de 9 horas de bellos paisajes, sillones con resortes salidos, un par de conversaciones frustradas por mi nulo árabe, y hasta un café cuando el conductor tuvo a bien darnos una tregua de 20 minutos en los que pude dejar de respirar el humo de sus cigarrillos "Cleopatra" y de oir en su tocacintas infinitas veces las plegarias del Corán. Arena de tinte rojizo, arena del oasis de Dakhla, arena del pequeño, antiguo y mágico pueblo de Al-Qasr.

El 'Al-Qasr Guesthouse' es el mejor lugar para hospedarse en Al-Qasr, y el único. El dueño y alegre anfitrión lleva por nombre Mohammed, por no perder la costumbre. Es un sonriente y amigable tipo que renta 4 habitaciones cuádruples que construyó en el segundo piso de su cafetería. Mohammed lleva un registro de todos sus huéspedes en los últimos años y siempre está dispuesto no sólo a dar información sobre Al-Qasr, sino a contar historias sobre sus huéspedes enlistados. Así fue que vine a enterarme que antes que yo, el 'Al-Qasr Guesthouse' había hospedado a dos mexicanos, el último a principios de este año y de nombre 'Jorge', quien tuvo la ocurrencia de quedarse un mes a disfrutar de este pequeño pueblo de Egipto y de paso usar a Mohammed como 'sparring' para practicar sus ejercicios de boxeo. Cada tarde, narra Mohammed, instalaba las alfombras en la azotea y le recetaba a Mohammed un par de horas del arte de cómo golpear y ser golpeado. Pude ver en la cara de Mohammed la desilusión cuando le confesé que a pesar de ser mexicano el box no era una de mis cualidades ni intereses.

También en el 'Al-Qasr Guesthouse' vive durante la mitad del año en que Holanda es demasiado fría, un tipo de aspecto curioso y ya entrado en años, llamado Eric. Eric es dueño de dos camellos que cuando no lo llevan por el desierto, viven estacionados en el patio contiguo al hotel. Como consecuencia las habitaciones que tienen 'vista a los camellos' tienen la desventaja del ruido que estos animales hacen toda la noche. Por la mañana los desgraciados tienen una cara de 'yo no fui' que casi se le olvida a uno la desvelada.

Caminar por las calles de Al-Qasr es una delicia y puede tomarle a uno horas redescubrir los tantos callejones de la parte antigua del pueblo, edificada en barro y hoy casi totalmente deshabitada. De tener el tiempo disponible, bien puede uno dedicarle a Al-Qasr un mes como hizo el Jorge boxeador o mejor aún, seis meses al año como hace Eric en compañía de sus camellos. Esta parte del pueblo fue construída de una manera especial, cubriendo las calles con techos y segundos pisos con el fin de proteger a la población y sus animales durante las tormentas de arena. Esto, combinado con la casi completa soledad de sus calles, le dan un carácter de pueblo fantasma muy antiguo, en el que solo ocasionalmente se encuentra uno con algún niño jalando un burro o alguna mujer llevando sobre su cabeza una canasta con vegetales. Sobre el dintel de las puertas se ven aún tablones inscritos con fragmentos del Corán, en bella caligrafía árabe. Algunas paredes se levantan dos, tres y hasta cuatro pisos con apenas pequeñas ventanas de madera labrada y ensamblada en complicadas tramas geométricas. Las calles por momentos se reducen a un par de metros de ancho y todo esto bañado por la luz de la mañana y el ruido del pueblo que despierta al día más allá de estos muros, me tuvo concentrado mientras el tiempo pasaba lentamente. Las calles de Al-Qasr serpentean y se confunden con las casas, hay momentos que no se puede distinguir donde termina la calle, pues al doblar en muchas esquinas se encuentran a media calle arcos y puertas para seguir de frente. Los límites entre el espacio público y el privado se entremezclan en esta arquitectura producto de condiciones climáticas y sociales diferentes.

Caminando en línea recta, unos pocos pasos son suficientes para llegar a las afueras de estos pueblos y viendo una colina cercana me dirigí a ella pensando en disfrutar unas vistas del amanecer sobre el oasis. Cuando llegué al lugar el sol ya golpeaba con demasiada luz y calor al pueblo y a quienes lo viven, pero a cambio me encontré a un grupo de niños. Los niños de estos lugares son como todos los niños en su medio natural, escandalosos y risueños. Pero a diferencia de otros niños, estos conservan y cultivan una sencillez incluso precaria en la cual el hecho de ver a un 'diferente' los hace gritar, correr a llamar a los otros niños y arremolinarse alrededor del visitante para tocar su ropa, intercambiar sonrisas, recibir regalos y porqué no, burlarse de él. Así, pensé en tomarles una foto y mientras se me ocurría cómo pedírselos saqué la cámara de la mochila. Cuando he hecho esto he observado dos reacciones curiosas ambas y opuestas: o salen corriendo despavoridos a ocultarse, o gritan emocionados y generalmente contagiados por el más efusivo ríen y posan para el extraño. En Egipto los niños que saludé y fotografié siempre optaron por la segunda opción, quizá por la característica alegría de la cultura, quizá porque a medio desierto correr a esconderse debe ser algo imposible. En cualquier caso a los niños de Al-Qasr les gustan las fotografías y después de la primera me pidieron que les tomara otra y después otra y probablemente así se hubieran seguido, riendo y cambiando posiciones y sonrisas hasta que mi rollo o mi paciencia se acabaran. Pero fue mi hambre quien me separó de la escena y dictó la siguiente orden, recordándome que cuando uno viaja todo lo que pasa podría decirse que es 'entre comidas'.

Al volver sobre mis pasos los niños se unieron a mi marcha, siguiéndome de cerca con las mismas risas, saludos y moscas que los rodean siempre. Uno de ellos, de los más pequeños avanzó con paso decidido y caminando a mi lado extendió su mano y tomó la mía. Al voltear a verlo hizo lo que mejor saben hacer los niños por acá: sonreir. Y así nos fuimos caminando, él sonriendo y yo con una felicidad de esas que se quedan aquí.

Dakhla es un oasis grande y Mut es el pueblo más grande del oasis. En Al-Qasr me enteré que de Mut sale diario un autobús hacia Asyut, una de las ciudades grandes de Egipto, ubicada a la orilla del Nilo enmedio del camino entre Cairo y Luxor. Mi ruta por los oasis terminaba ese día después de 3 rápidos pero intensos días de recorrer esos apartados caminos. En la mayor parte de los lugares que he visitado he pensado que me gustaría regresar algún día, sobre todo porque en la gran mayoría no puedo estar el tiempo que me gustaría estar para disfrutarlo y conocerlo a fondo, pero ese día al dejar los oasis del oeste de Egipto pensé que desde aquel día estaré esperando en volver algún día y espero entonces tener más tiempo, aunque seguramente el tiempo en el desierto pierde sentido y en un lugar así cualquier tiempo debe ser insuficiente para disfrutar todo lo que hay: por un lado la magnificencia de la nada, del viento que aburrido de no encontrar donde golpear levanta de su sueño a la arena, de la latente presencia de una fauna y una flora invisible a los ojos poco entrenados, del agua que contra toda lógica emana de la arena y genera vida, de la riqueza de una gente que un día hace mucho decidió habitar en estos oasis, y hoy siguen ahí.

Pero antes de partir todavía tendría tres encuentros memorables en mi paso por Mut. Al mediodía tomé mi mochila y esperé en la carretera, frente al 'Al-Qasr Guesthouse', lo primero que pasara y que me pudiera llevar los 10 kilómetros que hay a Mut, donde tomaría el autobús, aunque nadie me había sabido decir a qué hora salía éste ni de dónde exactamente. Esperé y esperé mucho, quizá dos o tres horas pues era viernes y los viernes en Egipto ni las gallinas ponen, por ser el día sagrado, día de rezos y de negocios cerrados y carreteras muertas, especialmente en los oasis donde el Islam es más estricto y conservador. En tan largo tiempo de espera mi mejor opción era observar el paso de la gente, recibir y regresar los saludos y miradas y evadir el calor seco del desierto bajo una sombra. Al cabo del tiempo un hombre se unió a mi cacería por un medio de transporte y un tiempo después apareció la imagen ondulante de un coche en el horizonte, ahí donde la carretera parecía empezar. El coche era de un particular, pero dadas las circunstancias se iba deteniendo para transportar a quienes, a pesar de ser viernes, intentábamos desplazarnos por Egipto. El conductor nos cobró dos libras, las cuales mi compañero de odisea se me adelantó a pagar y no me permitió pagarle. Esas cosas pasan en Egipto: llegas, no conoces a la persona, te invita un té, un refresco o el pasaje y si habla inglés, inicias una conversación, si no, aprendes a decir 'Shukran!' y te sigues maravillando y contagiando de esta forma de ser. El mencionado benefactor no hablaba inglés por lo que nuestra interacción terminó de ipso facto.

Al llegar a Mut pregunté por el autobús, pero la mayor información que obtuve era que salía a las 6 de la tarde de la plaza central del pueblo y que los boletos aquí no existían, sólo hay que esperar el autobús y subirse. Teniendo varias horas libres, las invertí en caminar y conocer el pueblo. Estando en eso, la actividad más primordial hizo su presencia y me puso a la tarea de buscar un lugar donde comer. Así llegué al Hotel "Gardens" donde encontré comida y una interesante conversación en la que el dueño del lugar, Mahmud, me trataba de convencer de que la solución del mundo era que los países pobres como Egipto y México se unieran en contra del único y verdadero Satán, a saber los Estados Unidos. Esta es una idea que Mahmud comparte con otros muchos musulmanes y llevada al extremo ha sido la razón por la que la Hermandad Musulmana ha vaciado metralletas sobre grupos de turistas en Luxor. También de este peculiar conversador aprendí que Asyut es un lugar polémico, por decir lo menos. Es una ciudad importante, sobre todo de carácter universitario, en la que durante los últimos siglos Cópticos y Musulmanes han estado dirimiendo sus diferencias con métodos violentos. Y es que tener la mayor población cóptica en un país musulmán no debe ser envidiable para ninguna ciudad. En palabras de Mahmud y después de otros muchos personajes que encontraría, Asyut es el último lugar al que hay que ir en Egipto. Y entonces me lamenté de no tener más días para quedarme un tiempo en Asyut a ver de cerca esto. El autobús llegaría a media noche y tomaría el siguiente tren a Luxor. Bajo la mirada seria e inspirada de Mahmud terminé mi comida y como pude concluí la plática sobre Satán, que justo en esos días estaba por reiniciar la guerra contra Iraq.

Más adelante por las calles de Mut me acerqué a preguntar cómo llegar a la 'Citadel', los restos de construcciones religiosas antiguas que hoy son ruinas abandonadas justo en el centro del pueblo. Mi interlocutor resultó un ingeniero nacido en Mut y egresado de Asyut que rápidamente me invitó a beber té a su casa. 'Mohmed Mahmoud Abdel Ghani, Street 23 July, Mout, Dakhla, Egypt' escribió con caracteres del alfabeto romano y con una letra que debe ser todo un mérito considerando que para él lo normal es escribir de derecha a izquierda y con un alfabeto completamente diferente. '002092-820408' terminó de escribir, diciendo que los teléfonos y la misma electricidad eran unos inventos muy recientes para los habitantes de Dahkla y que apenas 11 años atrás no formaban parte de su vida cotidiana. Fue el gobierno quien, buscando disminuir la concentración demográfica en el Valle del Nilo, desde hace una década promueve que la gente se quede en los oasis e incluso alienta a habitantes del Cairo a que emigren a esta fértil región enmedio del desierto. 'New Valley' le pusieron como nombre y con muchas dificultades intentan impulsar las actividades industriales y agrícolas. Como es de esperarse, estas medidas tienen sus desventajas y una de ellas es que muchos pueblos pequeños han sido indundados de conjuntos 'multifamiliares' de hasta 5 pisos que le dan al lugar antes mágico y tradicional, un carácter de suburbio moderno.

Mientras tanto, Mohmed, su hermano y yo conversábamos sobre varios temas, salpicados por su empeño en demostrar su gusto por lo 'occidental', enlistando los nombres de sus artistas favoritos: Michael Jackson y Madonna a la cabeza. De México recordaron el nombre de 'Campos' y se les olvidó el de un arbitro y un boxeador, que por sus descripciones y mi ignorancia, yo tampoco pude identificar, pero el segundo debía tratarse de J. C. Chávez. Sobre la situación de México sabían que hace unos años tuvimos tremenda crisis pero creían, como lo han de creer aún nuestros gobernantes, que ya la estábamos librando. No entenideron el nombre del 'Fobaproa', pero sí su significado para las próximas generaciones mexicanas. Al hablar de Egipto noté en los hermanos Abdel Ghani una paradoja que con el tiempo he venido a distinguir implícita en casi todas las esferas de la opinión egipcia, desde los editoriales de la 'Egyptian Gazette', hasta las conversaciones casuales con la gente en la calle. Esta paradoja es una moneda de dos caras, una espada de doble filo, que básicamente consiste en que la gente por un lado se lamenta del atraso, el subdesarrollo, la burocracia y la corrupción y en ese sentido 'voltean' hacia Occidente y adoptan prácticas y costumbres de los países 'desarrollados', pero al mismo tiempo, Egipto sigue resistiendo la 'influencia' ajena a su cultura y sobre todo a los preceptos del Corán. La relación entre el Islam y la nueva religión occidental, la de la modernidad, está aún por inventarse aquí, y desde el tiempo de las primeras Cruzadas hasta nuestros días, el contacto entre el mundo musulmán y el occidental no ha sido uno fácil. Este contacto siempre lleno de contradicciones y sutilezas, tiene hoy a muchos jóvenes como los hermanos Abdel Ghani haciéndose preguntas y construyendo el puente entre las exageraciones de Madonna y las del profeta Mahoma. Un puente, un territorio intermedio en el que viven en este fin de milenio.

Sabroso el té, es hora de tomar el autobús a Asyut. Gracias, ha sido una agradable reunión entre embajadores de tan distintos y tan parecidos mundos.

'Not-at-ol' decía el muchacho de unos 15 años, con la cara muy seria y los ojos negros distinguiéndose entre las sombras del autobús en marcha. La primera vez que lo dijo me quedé serio, como pensando otra vez en esa ambivalencia egipcia de mantener la educación islámica y enseñarles inglés a los niños, al mismo tiempo. Durante el trayecto de 6 horas, varias veces intercambiamos comentarios con este peculiar personaje adolescente y ya para el final yo hacía un esfuerzo tremendo para no reirme por su invariable y automática respuesta a mis 'thank you'. 'Not-at-ol' volteaba el niño y viéndome a los ojos soltaba la frase con toda la seriedad que alguien con 15 años puede inspirar. Me ofrecía un pan, yo lo aceptaba diciendo 'thank you' y él como si lo hubiera aprendido de guión, decia: 'not-at-ol'. Era algo cómico, surreal.

Ya cerca de Asyut otro retén militar detuvo al autobús y tuve que bajarme a que apuntaran los datos de mi pasaporte, estando medio dormido y con el frío que hace en el desierto a media noche. Estos retenes detienen a todos los vehículos para preguntar si vienen extranjeros y si es el caso, para tomar sus datos y hacer sentir con esto que llevan un control, que si uno sabe como son las cosas en Egipto, sería imposible que lo lleven realmente. En todo caso, con estas medidas al menos se pasa revista al armamento militar que es bastante impresionante, y se da ocasión para interactuar con más personajes de estas tierras. Asustado como está uno en México hacia cualquier cosa que tenga que ver con policías o soldados, las primeras ocasiones me sentía intimidado por estos retenes y sus vigilantes armados hasta los dientes. Sin embargo después me dí cuenta que en Egipto hasta los soldados son de otro material, un material que sonríe, hace bromas y saluda y da las gracias. Quizá la mayoría son de un material que al ver un pasaporte de México se ablanda y se vuelve cálido, no sé cómo reaccionará el mismo material ante un pasaporte inglés o uno norteamericano, pero de cualquier modo el águila y la serpiente de mi pasaporte y muy a pesar de estos tiempos, siguen siendo un gran motivo de orgullo.

En este retén se entretuvieron más tiempo en tomar mis datos y comunicarse por radio, y una vez más tuve caras de sorpresa y la recomendación de irme pronto, cuando les dije que venía a Asyut. Por traer a un extranjero, el autobús y todos sus pasajeros tuvieron que esperar 10 minutos parados, hasta que el mexicano y su pasaporte fueron liberados y alegremente despedidos y abordaron nuevamente el autobús. De Asyut pues, solo conocí las pocas calles que separan las estaciones de autobús y de tren. Eran algo más de la una de la mañana y el próximo tren a Luxor saldría antes de las 2, lo cual me daba solo unos minutos para dormitar en la estación y quizá tomar un té. Esos minutos fueron creciendo y el tren no llegó antes de las 2, sino después de las 4 de la mañana, y al parecer teníamos suerte pues los trenes, como el destino, en Egipto casi siempre llegan tarde.

Sin embargo durante esas horas tuve dos fructíferos encuentros, ambos muy representativos de la situación en Asyut. El primero fue con un tipo que desde el principio me pareció diferente al 'común' egipcio, teniendo la tez un tanto más clara y más importantemente: una cruz colgada al cuello. De su nombre no me acuerdo, por el estado somnoliento que a esas horas tenía, pero de lo que platicamos si. Estaba ahí para esperar a su hermano que venía de Cairo y todo en él era diferente al resto de los presentes en la estación. En árabe me ayudó a comprar el boleto de tren y luego nos sentamos a tomar té. El era Cóptico y en pocas frases me dejó ver lo que antes me habían dicho otros, que vivir en Asyut no es fácil, que es una ciudad básicamente universitaria y escencialmente conflictiva. Que existe una discriminación implícita y latente y una descalificación constante y mutúa entre musulmanes y cópticos. Más allá, las diferencias que estas dos religiones tienen a lo largo y ancho de Egipto, se manifiestan en Asyut invariablemente, desde el salón de clases universitario, las mezquitas e iglesias, los comercios, mercado y negocios, y obviamente, en la calle misma. La plática siguió su curso sobre la situación en Egipto y de cómo los egresados de ingenierías y licenciaturas terminaban conduciendo taxis o atendiendo puestos de frutas en el mercado. 'Tan lejos y tan cerca', con pasados tan diferentes, culturas y religiones tan distintas, idiomas e ideologías tan diversas... y en una situación tan similar, México y Egipto. Hijos de Hombres-jaguar e hijos de Faraones viviendo el nuevo orden mundial.

Ya por ahí de las 4 de la mañana yo estaba convencido de que el tren a Luxor nunca llegaría, o bien, que ya había pasado y por mi nulo conocimiento del árabe o por mi sueño, ni me había enterado. Estando así noté que por el andén pululaban decenas de grupos de jóvenes, algunos con grabadoras que gritaban canciones 'pop' y los más gritando ellos mismos, aplaudiendo y riendo entre sí. Como quien no quiere la cosa uno de ellos se me acercó, me preguntó mi nombre y ahí se soltó la parvada tal y como en Giza se soltó con los niños que me asfixiaban arremolinándose a mi alrededor, saludando, haciendo preguntas, y riéndose en parte conmigo, en parte de mí. En este caso no eran niños ni era la Gran Pirámide, sino jóvenes universitarios y la estación de trenes de Asyut. Pero el efecto era el mismo, el clima pasó de ser el clima frío y sórdido de las cuatro de la mañana en una estación de trenes, para ser ahora un ambiente cuasi-carnavalesco de risas y gritos y comentarios y preguntas sobre México. 'Futbol' decían algunos, y entre 'Hellos' y 'Whats your name?' uno de ellos sacó una cámara y nos tomaron fotos con diferentes grupos de estudiantes, trajeron al maestro de inglés que se presentó, y finalmente, entre la bulla y las risas alguien dijo las palabras mágicas: "your train to Luxor!"

Uno de ellos sacó un papel y escribió: "Mr. Mahmoud Althmey, Ahmed-Luxor-West Bank, village Albohrit. Altood, Egypt. Please don't forget us. 22/11/89" Y al leerlo pensé dos cosas: 89 es 98 escrito de derecha a izquierda y no, creo que nunca olvidaré a la gente de Egipto.

Sobre Luxor y sus templos mucho se ha escrito y mucho mejor que cualquier cosa que yo pudiera escribir aquí. Sus misterios han fascinado a la humanidad desde los tiempos faraónicos, cuando representaban el poder sobre 'los dos Egiptos', y después han fascinado a griegos, romanos, bizantinos, otomanes, árabes, europeos y mexicanos que por aquí han pasado. En esta parte de la geografía mundial se encuentra una de las mayores herencias de la civilización: tumbas y templos de una de las primeras formas de organización social, política, religiosa y económica de todos los tiempos. Y dicho esto, desde luego que unos días aquí no sirven sino para admirar momentáneamente y tratar de atrapar con los sentidos estas maravillas. El templo de Luxor está hoy prácticamente en el centro de la ciudad y a un par de kilómetros siguiendo el cauce del Nilo está Karnak, que debió ser igualmente majestuoso. Los días aquí se me fueron visitando los templos de día y de noche, recorriendo algunas de las tumbas de los Faraones y caminando las calles de la ciudad. Suficiente para darme cuenta que aún siendo el mismo país, Luxor y los oasis pertenecen a otra dimensión, a otra época.

El ambiente en Luxor no es como en los oasis, aquí el turismo es una industria, de hecho es la mayor y casi única industria. Por las calles la gente sigue saludando a propios y extraños, pero casi siempre será con la intención de vender algún producto o servicio. Los vendedores y guías de turistas no sólo hablan inglés sino frecuentemente varios idiomas europeos, entre los que el español es particularmente popular, pues este es un destino frecuente de turistas ibéricos. Con todo esto, a pesar de que seguía viajando cada vez más lejos, al pasar los oasis y llegar a Luxor sentí en cierta medida que regresaba un poco. Por otro lado, el vacío que causa esta desventaja, lo llena en parte la magnificencia de los templos y sitios antiguos. El Nilo, el desierto, los templos y las tumbas son un escenario perfecto para soñar y viajar en el tiempo, para maravillarse de la obra y capacidad humana, un escenario si acaso lamentablemente interrumpido por las hordas de turistas en bermudas, zapatos, cámara de video y sombrero de película de aventuras. Son estos personajes que vienen con sus divisas fuertes y no poca prepotencia a darle otro ángulo al orden social de Luxor, y es por ellos que lo que podría ser una relajante caminata a lo largo del Nilo se convierte en una invencible invasión de vendedores, guías y traficantes de droga.

A estas alturas, más de mil kilómetros de viajar por Egipto ya me habían enseñado palabras, frases, los números y un poco la forma de pensar y actuar por acá. Sabiendo ya el precio normal de las cosas, no dejaba de sorprenderme que en Luxor todo mundo le quiere sacar varias veces su valor a las cosas. Por todo esto Luxor fue para mí, una mezcla entre lo sublime y majestuoso de sus templos y lo prosaico de su ambiente adaptado al turismo en su forma más vulgar y dañina. Con esta idea decidí tomar una mañana el tren a Aswan, la última ciudad de Egipto y la más cercana a la frontera con el Sudán.

Aswan es, como dicen en árabe, 'kuayis'. Quizá la mejor traducción para esa palabra, y considerando el gusto con el que la dicen, sea 'chingón' en buen mexicano. Se trata de una ciudad grande, pero mucho menos explotada turísticamente, al menos no en las magnitudes que Luxor. Aswan no tiene los templos que tiene Luxor y debido a que en estos tiempos el acceso por carretera al templo de Abu Simbel está cerrado, su mayor atractivo es indudablemente el ambiente y la presencia del Nilo en esta ciudad que fue famosa por ser la puerta de entrada a la Africa Negra y punto estratégico para el paso de caravanas.

Hoy lo mejor que puede hacerse en Aswan es o bien sentarse a la orilla del Nilo o bien negociar una vuelta a la isla Elefantina o simplemente por el Nilo, en una 'felucca'. Estos son pequeños barcos de vela que navegan este milenario río en toda su extensión solamente impulsados por el apacible viento y la paciencia y destreza de sus 'capitanes'. Estos capitanes, como casi todos los habitantes de Aswan, son muy diferentes físicamente al resto de los egipcios. Provienen de la cultura 'Nubia', cuyos mayores asentamientos quedaron sumergidos en el Lago Nasser cuando en los 70s se construyó la mayor presa del mundo; presa que pondría fin a los caprichos del Nilo y permite que hoy se controle su nivel y se eviten las anuales indundaciones. La gente de Nubia es de tez más oscura, más similar al resto de la población de Africa, y aquí aún es posible encontrar algunas artesanías y danzas propias de esta cultura. De hecho el mejor museo de Egipto, y el más recientemente construído, es el 'Museo de Nubia', en Aswan. En este museo se describe la historia de Nubia, su relación con el Egipto faraónico y su integración, forma de vida y tradiciones actuales.

Después del paseo por el Nilo y de disfrutar el relajado ambiente en Aswan, poco a poco me hacía a la idea de que se acercaba el momento de regresar y terminar con este viaje. En Singapur no me esperaba el regreso, sino la continuación de ese otro viaje, la prolongación de lo imprevisto.

El último día tuve la suerte de pasar fuera de un establecimiento con el nombre de 'Islamic Bookshop' y me detuve a ver los libros que venden sobre el Islám y la cultura musulmana. Tienen en esa librería ejemplares en todos los idiomas: desde el chino hasta el esperanto, dando a conocer los preceptos y fundamentos de esta interesante religión. Zakaria Mostafa es el encargado de la tienda y sobre un vaso de té charlamos no solamente sobre la importancia de la religión en Egipto, sino sobre política y economía, concluyendo como corolario del viaje, la situación social que compartimos en realidades tan distintas mexicanos y egipcios.

Esa noche platicando con Gloria y Josep, unos buenos amigos catalanes, pensé que una parte esencial de viajar es conocer gente y puntos de vista diferentes. Realidades que de otro modo es difícil comprender. Y como dice García Márquez:

Viajar es volverse mundano
es conocer otra gente
es volver a empezar.
Empezar extendiendo la mano,
aprendiendo del fuerte,
es sentir soledad.

Este viaje a Egipto cumplió con estos y otros requisitos y por eso digo: Gracias.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Ultima actualización / Last update: Apr, 2001.
 

 

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Detengan esta locura de una vez - septiembre 11, 2001

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