Detengan esta locura de una vez Robert Jensen Traducido por Ricardo Sosa <ricardo El once de septiembre fue un día de tristeza,
ira y miedo. Como cualquier habitante de Estados Unidos y de
este mundo, compartí la inmensa tristeza de la muerte de miles. Pero al tiempo que escuchaba a la gente hablar
a mi alrededor, me dí cuenta que mi ira y mi miedo no era sólo por la
seguridad de los estadounidenses, sino por la de ciudadanos de otros
países. No tendría que decirlo pero lo voy a decir: Los
actos de terrorismo que mataron a miles de personas inocentes en Nueva
York y Washington son lamentables e injustificables; tratar de defender
actos de esta naturaleza sería dejar atrás cualquier signo de humanidad.
No importa los motivos de quienes lo hicieron, el método está más allá
de cualquier discusión. Pero este acto no es ni más ni menos injustificable
que los masivos actos de terrorismo el matar a miles de gente
inocente por motivos políticos que los gobiernos de los Estados
Unidos han cometido desde que yo nací. Por más de cinco décadas a lo
largo y ancho del tercer mundo, este país ha atacado a ciudadanos y
ha intervenido en actos de violencia de una manera que no puede entenderse
sino como terrorismo puro. Y también ha patrocinado y cooperado con
similares actos terroristas cuando éstos han sido perpetrados por gobiernos
alineados. Si tal acusación parece falaz, pregúntemos a la
gente de Vietnam. O de Cambodia y Laos. O de Indonesia y Timor Oriental.
O de Chile o Centroamérica. O de Irak o Palestina. La lista de países
y gente que ha sentido la violencia del Tío Sam es muy larga. Gente
inocente en Vietnam masacrada por los Estados Unidos. Ciudadanos en
Timor asesinados por un aliado con armas dotadas por Estados Unidos.
Familias de Nicaragua en manos de terroristas financiados por Estados
Unidos. Infraestructura de ciudades en Irak y Sudán bombardeadas. Así que mi ira el día de hoy se dirige no sólo
a los individuos que planearon y ejecutaron la tragedia de septiembre
once, sino también a quienes han ostentado el poder en Estados Unidos
y han maquinado tantos ataques a ciudadanos de otros países, tragedias
que son tan lamentables como lo visto hoy aquí. Esta ira se enciende
por oficiales hipócritas del gobierno norteamericano que hablan de un
compromiso a unos altos ideales, como el presidente Bush lo llamó: nuestra
decisión por la justicia y la paz. Al presidente sólo le puedo decir: La voz ignorada
de los millones de inocentes muertos en el sureste Asiático, en Centroamérica,
y en Medio Oriente como consecuencia directa de la intervención de Estados
Unidos, es la mejor prueba de nuestra decisión por la justicia
y la paz. Aunque la ira me acompañó a lo largo del día,
rápidamente cedió ante el miedo. Pero no el miedo por dónde podrán
atacar ahora los terroristas, como decía la gente a mi alrededor.
La pregunta que una y otra vez vino a mi mente era: Cuándo y dónde
atacarán los Estados Unidos en respuesta y sin tener consideración alguna
por la vida de gente inocente? Desearía que la pregunta fuera
Responderá el ataque los Estados Unidos? Pero si empleamos
la historia como guía, la pregunta es cúando y dónde. De
tal modo que la pregunta es quiénes serán los desafortunados de estar
en el destino de las bombas y los misiles norteamericanos. La última
vez que Estados Unidos respondió a un acto de terrorismo fue en 1998
cuando sus embajadas en Kenia y Tanzania fueron atacadas, y en ese entonces
fueron muchos inocentes en Sudán y Afghanistán quienes pagaron las consecuencias.
Al público se nos dijo que habían sido atacadas facilidades militares,
pero en Sudán se trató de una fábrica de medicamentos. Mientras
veía la television durante el día, las voces que pedían pronta respuesta
al ataque estaban en el aire. Tanto en las voces de los expertos
en seguridad nacional como en las de los periodistas. Peter Jennings
de la cadena ABC decía que la respuesta tendrá que ser masiva
si se quiere que sea efectiva. Que
no se olvide que una respuesta masiva matará a mucha gente,
y si seguimos la historia reciente, matará a muchos inocentes. Vidas
tan inocentes y valiosas como las que se perdieron en Nueva York. Para
seguir con lo dicho por Bush, madres y padres, amigos y vecinos
seguramente morirán en la respuesta norteamericana. Si
de verdad queremos decir que somos gente decente y de paz, nuestras
lágrimas deben correr no solo para la gente de nuestro país. Todas las
vidas deberían importar lo mismo, y el lamento que selecciona a quienes
habitan dentro de un país niega la humanidad. Y
si vamos a ser gente decente y de paz, todos debemos exigir que nuestro
gobierno el gobierno que un gran hombre, Martin Luther King, alguna
vez describió como el mayor proveedor de violencia en este mundo
detenga esta locura de una vez. Robert
Jensen es profesor en el Departamento de Periodismo en la Universidad
de Texas en Austin: rjensen@uts.cc.utexas.edu. Otros escritos disponibles
en: |
Ultima
actualización / Last update: 8,
2001.
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